Carta del obispo de Segovia: «Ética y política»

En este tiempo de elecciones, en su carta pastoral de esta semana, César Franco reivindica la ética como la característica fundamental que debe orientar la política

César Franco

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Toda actividad verdaderamente humana está presidida por la ética, que orienta la conducta hacia el bien propio y común. La política exige una ética óptima, pues se orienta al bien de todo el pueblo. Los tratados sobre ética política recogen las cualidades del buen gobernante. En tiempo de elecciones conviene recordar que del serio discernimiento de los ciudadanos dependerá su propio bienestar y el de la sociedad. Además de examinar los programas de los partidos políticos, hay que valorar la coherencia de los candidatos con la ética que debe regir su alta función de gobierno, lo que el magisterio de la Iglesia llama «caridad política». Desde sus inicios, la Iglesia pide no solo orar por sus gobernantes, sino elegir los más idóneos, los que, por su competencia profesional y trayectoria en el gobierno, merecen la confianza del pueblo.

Del gobernante se exige, en primer lugar, idoneidad para el cargo, sustentada no solo en sus aptitudes personales, sino en el dominio de la ciencia política, avalado por diversas condiciones, necesarias para su ejercicio: defensa de la persona y de sus derechos inalienables fundados en la dignidad del ser humano; sometimiento a la ley, al derecho y la justicia; respeto al pueblo que se le confía y en cuyo nombre actúa; transparencia en la gestión de los asuntos públicos e información clara y objetiva de ella; salvaguarda de la independencia de los diversos poderes e instituciones, y un largo etcétera de virtudes que no necesitan más fundamento que la razón y la ley moral inscrita en el corazón del hombre.

Señalemos las más evidentes: amor a la verdad, austeridad de vida, opción por los más necesitados y excluidos de la sociedad, capacidad de diálogo con todos, búsqueda de la concordia y de la unidad de los ciudadanos, actitud de humildad, defensa de los diversos credos y minorías sociales, y el instintivo rechazo del peligro de gobernar en función de intereses propios o de partido que pueden convertir la política en un modus vivendi alejado de los problemas de la sociedad. La integridad del político es exigencia primaria e indispensable para asumir la responsabilidad del gobierno.

El pueblo, en general, percibe por instinto natural si la ética orienta la política. Distingue, sobre todo, si los políticos sirven al pueblo o se sirven del pueblo para sus intereses. No hay peor actitud política que la consideración de que el pueblo es ignorante, no sabe o puede ser engañado con facilidad. Quien piense así, aun de modo inconsciente, desprecia al pueblo, aunque se deshaga en afectados elogios hacia él. Un pueblo que no viva colonizado por las ideologías sabe, sin necesidad de estudios especiales, que la política también es cuestión suya porque afecta a su bienestar. Si su capacidad de juicio está conformada por principios éticos esenciales, tiene el derecho de exigir el respeto que el político reclama para sí. La vida es anterior a la ciencia política, del mismo modo que los derechos son previos a la carta que los reconoce. Están inscritos en la misma condición humana. Y de esto, el pueblo sabe tanto o más que los gobernantes.

Por sus frutos los conoceréis, dice Jesús. Es un criterio esencial para conocer la condición humana. Las obras hablan de la rectitud del corazón y del empeño por el bien común. Agitur sequitur esse, dice un axioma filosófico. Una acción sin ética es perversa por naturaleza, aunque se proponga como beneficiosa para la sociedad. Del mismo modo que no existe alianza para el mal, por muy exitosos que puedan parecer sus fines. Por ello, es preciso que los ciudadanos sepamos discernir con sabiduría quienes son dignos del pueblo que desea ser gobernado con verdad, ética y justicia.

+ César Franco

Obispo de Segovia


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