Carta del obispo de Lleida: «Los cuerpos frágiles»

En su nueva carta pastoral, Salvador Giménez alava la atención a los enfermos que se ha dado en su peregrinación a Lourdes y la cantidad de voluntarios que se desviven por ellos

Salvador Giménez Valls

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En estas semanas de verano parece un sarcasmo hablar de los cuerpos más frágiles que habitan y nos acompañan a diario. El verano es propicio para comentar situaciones placenteras de playas y montañas: es tiempo de contemplar en revistas y diarios cuerpos moldeados por dietas y ungüentos; abundan los reportajes que aconsejan mil maneras de descansar para olvidar la realidad ordinaria de nuestra familia o del entorno de amigos y conocidos; la ropa de última moda o los perfumes caros son moneda corriente para mucha gente con ansia de aparecer ante los demás con una forma corporalmente perfecta… Podríamos seguir hasta el infinito con ejemplos que todos guardáis en la retina, o quizás aspiráis a conseguir también un poco de este mundo aparentemente perfecto.

Ante las constataciones anteriores, parece una disonancia hablar de fragilidad y ausencia de belleza, pero lo hacemos porque todos aceptamos y sabemos que el cuerpo es una parte del todo, de la persona, y que la dimensión emocional y espiritual es un componente indispensable para su definición. Una parte es la visible y la otra se intuye después de una impresión por las respuestas del sujeto o por un informe técnico. Por ello no se puede limitar la definición de la persona al aspecto externo, ya que es una unidad psicosomática que vive y crea, que comprende y trabaja, que ama y llora, que se cierra en si misma o se abre a las relaciones con los demás para participar de sus alegrías y de sus dificultades. Es una realidad compleja digna de ser estudiada, como lo han hecho los mil saberes que hemos manejado para situarla en sus límites precisos. Pero hay una certeza, que no admite ninguna discusión: todo ser humano tiene la misma dignidad en la consideración y el trato, y no hay diferencias entre unos seres humanos y otros por razón del su origen, etnia, condición social o cultural. Los cristianos decimos que, al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, no existe una precedencia o jerarquía social que exalte a un grupo o lo denigre hasta la aniquilación. Todos somos iguales ante el Creador y merecemos el mismo respeto.

Todo ello lo digo después de comprobar, un año más, la atención afectuosa que reciben los enfermos que peregrinan a Lourdes para implorar a la Virgen, en la gruta, una rápida recuperación de sus enfermedades o una cristiana aceptación de su situación de enfermos. Sus cuerpos, con muchos años y marcas en los rostros, no son agradables de ver. No obstante, son amados y tratados como hermanos. Es admirable la cantidad de voluntarios que se desviven para ayudarles en todo momento. Hemos coincidido, como en años anteriores, con pelegrinos enfermos y voluntarios de otras diócesis y todos actúan de la misma manera. Incluso podemos decir que es una gran lección de humanidad para los grupos de jóvenes con ganas de tener una experiencia nueva. Este viaje juvenil les suscita mil preguntas y seguro que les cambia el corazón. La costumbre de admirar cuerpos esbeltos en papel o en soportes audiovisuales se les cae a los pies al contemplar la maravilla del trato y el afecto a cuerpos deformes, con llagas o con dificultades para moverse o hablar.

No quisiera ser reiterativo al describir de nuevo esta situación. Sabéis que los cristianos, que conocemos la preferencia de Jesucristo por los enfermos, pobres y excluidos, estamos obligados a no hacer ningún tipo de distinción entre hermanos. Hemos recibido el amor de Dios que nos impulsa a amar a los demás de manera permanente. La Iglesia nos propone diversas jornadas de oración y de acción: en septiembre, con los refugiados y emigrantes; y después, la jornada de los pobres, la campaña de Manos Unidas contra el hambre, la jornada del enfermo con motivo de la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, el domingo del enfermo del tiempo de Pascua, las campañas contra el cáncer, contra la lepra, a favor de los niños abandonados, campañas puntuales a causa de calamidades naturales…

Agradecemos a las muchas personas que tienen el coraje de cuidar y curar a los demás.


+ Salvador Giménez Valls

Obispo de Lleida


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