Carta del obispo de Astorga: «Seguir al que pasó haciendo el bien»

Jesús Fernández dedica su carta al inicio de la Cuaresma y asergura que es «un tiempo de gracia para dejar los caminos errados y para acompañar a Jesús hasta resucitar con él».

jesusfernandezgonzalez

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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El libro de los Hechos de los Apóstoles narra un episodio fundamental para el anuncio del Evangelio más allá de los límites del judaísmo. En una ocasión, el centurión romano Cornelio, hombre piadoso y caritativo, recibió una visión en la que el ángel del Señor le pedía que mandara a alguien a la ciudad de Jafa e hiciera venir a un tal Simón. Cuando Pedro entró en la casa de Cornelio, en la ciudad de Cesarea, dirigiéndose a los que, expectantes, deseaban escuchar su mensaje, les presentó a Jesucristo como “el ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Act 10, 38). Con estas breves palabras, resumió el Apóstol la vida de Jesús.

Ciertamente, Jesús no hizo otra cosa en su vida que curar leprosos, paralíticos, sordos… No hizo otra cosa que resucitar muertos como su amigo Lázaro, o el hijo de una viuda en Naín. Se ocupó de dar de comer a los hambrientos, de consolar a los tristes… Y, sobre todo, no escatimó ningún esfuerzo para hacer llegar a todos la buena noticia del amor de Dios y para dar a conocer los caminos de felicidad que se abren como posibilidad ante los ojos de los hombres: las bienaventuranzas. Ciertamente, pues, la definición de Pedro hacía justicia al que “pasó haciendo el bien”.

Por el bautismo, todos hemos recibido el espíritu de adopción, y estamos llamados a identificarnos con Jesucristo. Como discípulos misioneros, nuestra tarea no puede ser otra que la suya. Por desgracia, sin embargo, con demasiada frecuencia nos vence el mal, con demasiada frecuencia demostramos nuestra fragilidad y faltamos al amor que Dios nos tiene y que ha llegado al momento cumbre cuando murió por nosotros en la cruz. Por desgracia, en fin, muchas veces pecamos.

Acabamos de iniciar el tiempo litúrgico de la cuaresma, un tiempo de gracia para dejar los caminos errados y para acompañar a Jesús hasta resucitar con él. Reiniciamos, pues, un camino en la proximidad del Señor, abandonando la soberbia, la avaricia, la búsqueda del placer a cualquier precio.

Dejamos atrás el egocentrismo para entrenarnos en el don. Transitamos un tiempo propicio, aunque difícil para la conversión. Vivimos momentos en que la siembra del bien produce una cosecha demasiado escasa. Lo reconoce el Papa Francisco en su Mensaje para la Cuaresma de este año. Pero insiste en que Dios no se cansa, “sigue derramando en la humanidad semillas de bien” (FT 54) y nosotros debemos acoger su Palabra y colaborar con él en la siembra porque, como dice s. Pablo, “a sembrador mezquino, cosecha mezquina; a sembrador generoso, cosecha generosa” (2 Cor 9, 6).

El Señor nos asegura que ningún acto de amor quedará sin recompensa, pero necesitamos tener paciencia pues, a veces, “uno siembra y otro cosecha” (Jn 4, 37). Además, en último término, la verdadera cosecha se dará el último día como se ha dado ya en Cristo resucitado. Por tanto, siguiendo el consejo paulino, “no nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo” (Ga 6, 9).

No nos cansemos de orar, pues, como nos ha demostrado la pandemia, nadie se salva sin los demás y, sobre todo, nadie se salva sin Dios. Tampoco nos cansemos de erradicar el mal de nuestra vida pidiendo perdón en el sacramento de la Penitencia, peleando por superar las tentaciones, liberándonos de la dependencia de los medios digitales y evitando su mal uso; en definitiva, ayunando. Y, en fin, no nos cansemos de hacer el bien practicando la limosna, cuidando a nuestro prójimo, acompañando al que está solo, visitando al enfermo.

+ Jesús Fernández

Obispo de Astorga

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