Carta del obispo de Astorga: «Misericordiosos como el padre. Acompañar en el sufrimiento»

Jesús Fernández recuerda que «la situación vivida con la COVID-19 nos ha desvelado nuestra vulnerabilidad y la necesidad de acompañar a los que sufren cualquier enfermedad»

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Hace treinta años, S. Juan Pablo II instituyó la Jornada Mundial del Enfermo con el fin de sensibilizar al Pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias católicas y a la sociedad en general sobre la necesidad de cuidar integralmente a los enfermos y a los que los atienden. Esta efeméride tan significativa nos ofrece la oportunidad de dar gracias a Dios por el camino recorrido. Pero, como reconoce el Papa Francisco en el Mensaje para esta Jornada, aún falta mucho por hacer, sobre todo en los lugares de mayor pobreza y exclusión, de cara a garantizar una adecuada atención sanitaria y el acompañamiento pastoral que permita a los enfermos vivir el tiempo de la enfermedad en unión a Cristo crucificado y resucitado.

El Papa Francisco ha propuesto para la Jornada de este año el lema “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). En nuestra diócesis, la Jornada del 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, contó con la celebración de distintos actos, entre ellos, una Eucaristía en la parroquia de El Buen Pastor de Ponferrada presidida por mí. En España, esta Jornada dio comienzo a una Campaña que concluye el 22 de mayo en que se celebra la Pascua del Enfermo. En ella, y tal como nos propuso el Departamento de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Española, se ha puesto el énfasis en el acompañamiento en el sufrimiento.

El Papa Francisco centra nuestra mirada en Dios “rico en misericordia” (Ef 2, 4). La misericordia define la naturaleza de Dios, no es un sentimiento ocasional, sino que impregna todo lo que hace. Podemos decir que “nos cuida con la fuerza de un padre y con la ternura de una madre”. Además, señala que Jesús es el testigo supremo del amor misericordioso del Padre hacia los enfermos (cf. Mt 4, 23).

La invitación a ser misericordiosos como el Padre alcanza un significado especial para los agentes sanitarios. El Papa Francisco les recuerda que su servicio, realizado con amor y competencia, va más allá de los límites de una profesión para convertirse en una misión: sus manos pueden ser signo de las manos misericordiosas del Padre.

Nos congratulamos y damos gracias a Dios por los indudables progresos realizados por la ciencia médica y por las nuevas tecnologías. Pero la situación vivida a causa de la COVID-19 nos ha desvelado también nuestra vulnerabilidad y la necesidad de acompañar a los que sufren cualquier enfermedad, ya sea de las habituales, ya de las menos conocidas. En cualquier caso, el enfermo es más importante que su enfermedad y el enfoque terapéutico debe incluir la escucha de la persona para conocer su historia, sus miedos y sufrimientos. Como dice el Santo Padre, “incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar… consolar… hacer sentir una cercanía”.

Esta celebración nos brinda así mismo la oportunidad de poner el foco en los centros católicos de asistencia sanitaria. A lo largo de los siglos, la comunidad cristiana ha levantado innumerables “posadas del buen samaritano” para acoger y curar a los enfermos, sobre todo, a aquellos que carecen de medios materiales para hacer frente a los gastos ocasionados. Son un tesoro precioso que hay que custodiar y sostener incluso en los países desarrollados.

Para concluir, recordemos que esta atención y cuidado de los enfermos no es sólo tarea encomendada a los profesionales sanitarios y a las instituciones, sino responsabilidad de todos. Muchos ancianos y enfermos tienen hambre de ternura, consuelo y esperanza. Todos los cristianos debemos ofrecérselos, al tiempo que compartimos con ellos la fe que allana el camino hacia Dios.


+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga


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