Carta del obispo de Astorga: «Deprisa hacia Jesucristo»

En este tiempo de Pascua recién iniciado, Jesús Fernández invita a los fieles a a asumir un mayor compromiso evangelizador

Jesús Fernández González

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Hace unos días, me contaron una curiosa historia. Un día de semana santa, al pasar por la plaza Mayor de Astorga y contemplar una cruz con un velo blanco, un joven les comentaba a sus compañeros que eso debía ser cosa de los cristianos que estaban celebrando la navidad. Desde entonces, han pasado casi dos décadas y no sé si la cultura religiosa habrá mejorado, creo más bien que no, pero los que han participado en los actos litúrgicos y devocionales de la semana santa que acabamos de celebrar, han podido comprobar que su espíritu sigue vivo y goza de buena salud.

Esto no sólo ha sucedido en nuestra diócesis, sino también en el resto de España, lo que constituye un fenómeno digno de estudio en estos tiempos de fuerte secularización. Algunos dirán que se trata de un fenómeno cultural y folklórico liberado de la tutela eclesial, otros opinarán que el alma católica de nuestro pueblo florece cada primavera embelleciendo nuestras calles, pueblos y ciudades. Parece claro que, dada la complejidad que presenta, no es sencillo abordar el fenómeno. Ciertamente son muchas las dimensiones que lo configuran: la histórica, la cultural, la social… También la familiar: muchas familias, ataviadas con sus vestimentas cofrades, han participado en las procesiones. Otras han participado en las celebraciones litúrgicas.

Lo que sí parece claro es que se han equivocado los profetas que identificaron en su día modernización y desencantamiento, y anunciaron la desaparición de la religión, al menos en su expresión pública, en las sociedades desarrolladas. Cabe suponer que el ser humano no se conforma con satisfacer las necesidades primarias, los deseos de evasión las ansias consumistas, y que la religiosidad debe ser considerada como un elemento estructural en la vida de los pueblos. Como decía s. Agustín, el alma humana se define por su búsqueda de la trascendencia: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

En cualquier caso, no estamos en tiempos propicios para la vanagloria, más bien al contrario, en momentos para un mayor compromiso evangelizador. Aprovechemos la sed de Dios expresada en tantas manifestaciones de piedad popular; también en la participación reforzada en estas fechas en las celebraciones litúrgicas. A los que se han alejado de Dios y de la vida de la Iglesia les puede servir de referencia María Magdalena. Antes del amanecer, el primer día de la semana, fue al sepulcro para encontrase con Jesús. María no creía en la resurrección, pero suplió con amor su falta de fe, consiguiendo finalmente encontrarse con él. Ejemplar es también la actitud de Pedro y Juan. Una vez que María Magdalena les comunica que el sepulcro está vacío, van corriendo hacia él. Sólo lo importante inquieta y moviliza y Jesús pasa a ocupar el centro de sus vidas.

Efectivamente, el tesoro más grande que podemos soñar y que, por lo tanto, debemos buscar es la persona de Jesús. Con él, nos han sido regalados todos los bienes. Cristo y su reino son la perla escondida por la que hay que estar dispuestos a dejarlo todo. Por otra parte, el que se encuentra con él, siente una alegría tan grande, que no puede por menos de correr a anunciárselo a los demás. Como decía el día de Pascua de Resurrección el Papa Francisco en su Mensaje Urbi et Orbe, “en Pascua el andar se acelera y se vuelve una carrera, porque la humanidad ve la meta de su camino, el sentido de su destino, Jesucristo, y está llamada a ir de prisa hacia Él, esperanza del mundo”.

Corramos, pues, al encuentro de Cristo resucitado, corramos también al encuentro de aquellos que no tienen noticia de él o le han olvidado. Para ello, como nos indica también el Papa Francisco, allanemos el camino de la confianza en estos momentos tan convulsos y violentos. Que así sea.

+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga


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