Carta del arzobispo de Valladolid: «Cinco piedras y cinco panes»

Ante la incertidumbre y dificultades del nuevo curso, Argüello remite al Evangelio e indica que «cinco piedras y cinco panes pueden ser medios adecuados para combatir a un gigante»

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Reiniciamos el curso; y como siempre que tenemos delante un cometido, a veces están apuntadas en el corazón las dificultades, que se agrandan de tal manera que nos parece que en esa tarea (el curso, la misión…) nos enfrentamos a un gigante. Por otra parte, miramos nuestros medios, los de nuestras parroquias, los de la Iglesia, y vemos que son escasos y débiles. Qué bien entonces, como a un administrador astuto, acudir al Evangelio, para que ilumine nuestra lucha contra los gigantes y multiplique las posibilidades de nuestros medios.

En el primer libro de Samuel, en el capítulo 17, se nos narra el archiconocido combate de David contra Goliat. David toma una honda y cinco piedras, y con ellas se dispone a luchar contra el gigante. También nosotros necesitamos la honda de la humildad; saber que precisamos ayuda, que somos frágiles, que nuestras fuerzas están menguadas. Y requerimos piedras que combatan los cansancios, los desánimos y las desesperanzas. ¿Qué os parece si tomamos la piedra de la palabra para que abra hueco en nuestro corazón; o la piedra del perdón, para que las culpas que en él tenemos apuntadas queden disueltas; o la piedra de la Eucaristía, adorada y celebrada, para alimentar nuestra mente y nuestro cuerpo? ¿Qué tal si tomamos la pequeña piedra de ayunar de lo que sabemos que nos hace daño? Y una última piedra: la del rostro de alguno de los pobres, los frágiles, los necesitados, los enfermos… que están en el camino de nuestra vida y que seguramente también ablanden la dureza de nuestro corazón. Con la humildad de la honda y con estas cinco piedras podremos combatir al gigante del desánimo, del egoísmo, de la tristeza, de la desconfianza.

Nuestras fuerzas a veces parecen menguadas, pero el Señor nos enseña en el Evangelio de Marcos, capítulo 14, al narrarnos la multiplicación de los panes, que con cinco panecillos se puede alimentar a una multitud. Qué bien si acogemos como un don el pan de las cualidades que están en nuestro corazón y que, por pequeñas que nos parezcan, se multiplican cuando las ponemos en la mesa común. Qué bien si acogemos como otro panecillo a los hermanos que tenemos cerca, en la comunidad cristiana, en la parroquia, porque al unir nuestras fuerzas y ponerlas en la mesa del altar, en la Eucaristía del domingo, seguro que nuestro pequeño don y el de los hermanos que nos acompañan, se agranda. Qué bien si acogemos el pan que nos ofrece la Iglesia en su conjunto; el aliento del papa Francisco, la propuesta de caminar juntos en sinodalidad, las referencias que constantemente nos hace a salir de nuestra mundanidad y autorreferencialidad. Qué bien si acogemos el pan que está fuera de la Iglesia, porque también fuera hay signos del Reino, brotes de fraternidad y señas de la comunión que nosotros deseamos sembrar. Y hay que estar dispuestos también a acoger el don desconocido. A veces en el camino de la vida -probablemente suceda a lo largo de este curso-, nos encontramos con algo que no esperábamos, incluso con algo que a primera vista nos parece desagradable o malo (una enfermedad, un problema, una dificultad…), pero que acogido y puesto en la mesa común, acaba también adoptando la fuerza de la comunión y de la multiplicación.

Cinco piedras y cinco panes pueden ser medios adecuados para combatir al gigante con el que la desesperanza nos hace ver las dificultades. Cinco pequeños panes, sumados en la mesa de la Eucaristía, son capaces de multiplicar nuestra comunión y hacer más audaz nuestra misión.


+ Luis Argüello

Arzobispo de Valladolid


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