Carta del arzobispo de Barcelona: «Médico, sacerdote y amigo»

Juan José Omella Omella

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Hace unos meses, al inicio de este curso pastoral, visité la comunidad de los religiosos barnabitas de la parroquia de Sant Adrià. La comunidad celebraba un acontecimiento muy importante: el ciento veinticinco aniversario de la canonización de su fundador, san Antonio María Zaccaria, médico, sacerdote y amigo de los pobres. El pasado día cinco de julio celebramos su festividad.

Antonio María Zaccaria nació en Cremona, Italia, a principios del siglo XVI. Su familia era de origen noble. Sin embargo, él jamás quiso presumir de ello. De hecho, siempre firmaba sus cartas con estas sencillas palabras: Antonio María, sacerdote.

Siempre tuvo un amor especial por los más necesitados. Cuentan de él que, cuando era niño, se encontró con un mendigo que estaba casi desnudo. Sin pensarlo dos veces, se quitó la capa de terciopelo que llevaba y arropó con ella a aquel hombre.

Estudió medicina en Padua. Todos lo recuerdan como un joven alegre, sensible y piadoso. Cuando terminó sus estudios regresó a Cremona, su ciudad natal. En aquella época la peste asolaba la ciudad. Antonio María convirtió su casa en un pequeño hospital y se entregó hasta el último aliento para atender a aquella multitud de enfermos que vagaban por las calles cansados y abandonados como «ovejas sin pastor» (Mt 9,36).

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A los veintiséis años, Antonio María recibió del Señor el don del sacerdocio. Fue un gran apóstol. Creó numerosos grupos de estudio de la Biblia y de catequesis abiertos a personas de cualquier edad y condición social. Cuentan sus biógrafos que cuando estas personas iban a ver a nuestro santo solían decir: «vamos a escuchar al ángel».

Fue también un gran fundador. Fundó la Orden de los Clérigos Regulares de San Pablo, conocidos como barnabitas porque la primera parroquia en la que estuvieron fue la de San Bernabé, en Milán. Eran clérigos que llevaban una intensa vida de oración y estaban volcados sobre todo en la atención a los más pobres. Atendían a los enfermos en sus casas y les brindaban atención espiritual y material. También fundó, unos años más tarde, la Congregación de Hermanas Angélicas de San Pablo y un movimiento de laicos, los Casados de San Pablo.

Este siervo de Dios animó siempre a todos los miembros de esta gran familia formada por sacerdotes, religiosas y laicos, a servir a los necesitados y a transmitir con alegría al mundo entero la Buena Nueva del Evangelio. Como él mismo acostumbraba a decir: «hay que correr como locos, no solo hacia Dios, sino también hacia el prójimo».

San Antonio María falleció joven, con tan solo treinta y seis años. Su ejemplo nos recuerda al «siervo bueno y fiel» (Mt 25,21) del Evangelio, ya que supo poner al servicio de sus hermanos los dones que había recibido del Señor.

Queridos hermanos y hermanas, oremos al Señor para que, por intercesión de san Antonio María Zaccaria, nos convierta en apóstoles enamorados de Cristo, que sirvan con amor a sus hermanos y hermanas. Y os pido que, movidos por este santo, en este tiempo de verano no nos olvidemos de los más pobres, de los enfermos y de los que están solos.

Y agradecemos la gran labor que los barnabitas han realizado y realizan en nuestra diócesis. Que Dios les bendiga y les cuide siempre.


† Juan José Omella Omella

Cardenal arzobispo de Barcelona


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