La palabra que usa un vecino de Navarra que es un insulto y que no se entiende en el resto de España: "Era humillarlo"

El Archivo General de Navarra tiene ni más ni menos que 9.000 procesos judiciales referentes a injurias y ahora conocen el origen de algunas de estas expresiones

Hombre mayor caminando frente a una tienda tradicional en el casco antiguo de Pamplona, ​​Navarra
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Poniendo las Calles

Carlos Moreno 'El Pulpo' charla con Jesús Mari Usunariz, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Navarra, sobre los insultos

José Manuel Nieto

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En el corazón del casco histórico de Pamplona, en las bóvedas de piedra del Archivo General de Navarra, duerme una historia escrita a gritos. O más bien, a insultos. Ni más ni menos que 9.000 procesos judiciales por injurias conserva esta institución, procedentes de los siglos XVI y XVII. Y ahora, gracias al trabajo de un equipo liderado por el catedrático Jesús Mari Usunariz, una exposición permite escuchar, entre susurros de documentos centenarios, las voces ofendidas del pasado.

La muestra, titulada Insultos de otro tiempo, repasa la forma en que se utilizaban las palabras como arma. Y no solo entre nobles o autoridades, sino entre vecinos comunes. “Aquí no hay distinción social”, explica Usunariz en el programa Poniendo las Calles de la Cadena COPE. “Cualquiera que viera su fama, su honor, difamado por otra parte, podía acudir a los tribunales”.

Anciano caminando por la calle de Pamplona con bastón

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Anciano caminando por la calle de Pamplona con bastón

Lo llamativo no es solo la cantidad de procesos, sino la riqueza del lenguaje empleado. El insulto era algo serio. Tan serio, que podía acabar ante un alcalde, con escribano y testigos incluidos. El archivo recoge expresiones que hoy suenan pintorescas —como “ozico de cepa de varhüez”—, pero que en su momento eran una auténtica ofensa. Esa, por cierto, era una forma de llamar borracha a una mujer.

Una palabra que humilla

En este repaso por los insultos más usados en el pasado, uno destaca especialmente por su carga social en Navarra: agote. “Llamar a alguien agote también era humillarlo”, cuenta Jesús Mari Usunariz. El término hacía referencia a un grupo marginado históricamente en el norte de Navarra, y usarlo como insulto tenía una intencionalidad clara: despreciar al otro por su supuesto origen.

Se trata de una palabra con una carga histórica tan fuerte que, fuera del ámbito navarro, es prácticamente desconocida. Hoy, la mayoría de españoles no sabrían qué significa. Pero en su época era suficiente para provocar una denuncia formal. Según Usunariz, en aquel entonces los insultos no eran solo personales, también sociales, religiosos o raciales. Palabras como hereje, luterano, converso o adúltera podían marcar a una persona y, en algunos casos, arruinar su vida.

La exposición no solo muestra palabras. También expone cómo funcionaban los procesos judiciales por injurias, qué papel tenía el escribano, cómo intervenían los testigos y en qué contextos se producían los insultos: en la calle, en la iglesia, en las tabernas o en la vida doméstica. Todo un mapa emocional y lingüístico de una sociedad que vivía pendiente del honor y la fama.

Del insulto de ayer al insulto de hoy

Una de las grandes virtudes de la muestra es que permite comparar el pasado con el presente. Aunque hoy nos parezca que los insultos han evolucionado, muchas palabras persisten y el objetivo sigue siendo el mismo: humillar y rebajar públicamente al otro. “La necesidad de defender tu imagen estaba vigente tanto entonces como ahora”, afirma Usunariz. Y si bien el lenguaje ha cambiado, la intención detrás del insulto no ha desaparecido.

Tres vecinos en la Plaza del Castillo de Pamplona

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Tres vecinos en la Plaza del Castillo de Pamplona

De hecho, el experto señala que no son pocas las condenas actuales por injurias en España. La diferencia es que hoy, más que insultar en la plaza pública, lo hacemos en redes sociales o en espacios digitales, lo que da lugar a nuevas formas de conflicto jurídico.

Los insultos de nuestros antepasados, lejos de ser un simple chascarrillo, abren una ventana a la sensibilidad colectiva, a los valores que regían la convivencia y a cómo una palabra podía cambiarlo todo. Hoy quizá no entendamos qué significa llamar a alguien agote, pero en su tiempo, esa palabra era más que un insulto: era una sentencia social.

Herrera en COPE

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