Coloca una silla a un pueblo de Extremadura y descubren algo que cambia la vida de los vecinos: "Hasta el habla particular"

¿Tú eres de los que sale a tomar el fresco? Porque aunque no te lo creas hacerlo puede ayudar a crear amistades y también a evitar la soledad y el aislamiento

José Manuel Nieto

Publicado el - Actualizado

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En un rincón de Extremadura, bastó con colocar una silla gigante en mitad de la calle para que los vecinos redescubrieran el valor de hablar, de compartir, de estar. El gesto, tan sencillo como poderoso, forma parte del proyecto Arte en la Calle, una iniciativa de la Asociación de Universidades Populares de Extremadura (AUPEX) que usa el arte participativo para reactivar la vida comunitaria en pueblos donde la rutina y el aislamiento parecen haberse instalado con más fuerza que nunca.

“Lo que pretendemos es recuperar el espacio público como lugar de encuentro comunitario, mediante la creación artística colectiva”, explica Marta del Pozo, directora del Área Cultural de AUPEX, en una entrevista con Carlos Moreno 'El Pulpo' en el programa Poniendo las Calles, de la Cadena COPE. La iniciativa, que vive este año su segunda edición, convierte las calles de pequeños municipios extremeños en escenarios de diálogo, creatividad e inclusión social.

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Meandro en el río Espereban; Pueblo de Erias, zona de Las Hurdes; provincia de Cáceres; región extremeña

“Lo hacemos a través de procesos participativos, fomentando el diálogo intergeneracional, la memoria colectiva, la conexión con la identidad y la tradición local”, añade Del Pozo, quien destaca que el proyecto está dirigido a personas mayores, jóvenes y colectivos con menor acceso a la cultura.

Una silla gigante y muchas historias

El símbolo de esta transformación es una silla gigante de tres metros de altura, creada por el colectivo artístico Tiajón, y que los vecinos sacan en procesión por el pueblo hasta instalarla en un lugar elegido por ellos mismos. Pero más allá del gesto visual, lo que sucede alrededor de esa silla es lo realmente transformador: talleres de tejido, sesiones de pintura, charlas, historias compartidas y muchas risas.

“En cada localidad surgen conversaciones muy distintas”, recuerda Del Pozo. Algunas sillas fueron sonoras, otras recogieron el “habla particular” de cada pueblo, otras sirvieron para bailar o reivindicar más sombra, menos coches o más bancos. “Siempre hay alguien que sabe tejer el asiento. Y si no, hay personas interesadas en recuperar esa técnica de sus abuelos”, cuenta la responsable cultural, visiblemente emocionada por el entusiasmo vecinal.

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Vista del paisaje extremeño cerca de Magacela

Además, el acto final es todo un acontecimiento: una procesión con la silla a modo de andas, acompañada de música, cantos y proyecciones con las historias recogidas durante el proceso. “Nos sentamos al fresco todos, seguimos con la conversación, seguimos contando historias. En muchas localidades, esas reuniones se han mantenido durante todo el verano”, celebra Del Pozo.

Red de afectos y orgullo vecinal

En un mundo donde el ritmo acelerado y la tecnología parecen alejar a las personas del contacto humano, salir al fresco puede ser un acto revolucionario. La silla de AUPEX ha demostrado que una costumbre sencilla puede reactivar la vida vecinal, reconectar generaciones y llenar las calles de memoria, arte y participación. “Queremos decidir cómo queremos que sea nuestro espacio público”, reivindica la portavoz.

Este verano, la iniciativa visitará tres municipios: Herías (Pinofranqueado), Santibáñez el Bajo y Magacela, demostrando que incluso en las localidades más pequeñas puede surgir algo grande. De hecho, en pueblos donde participaron apenas 10 personas en un primer taller, “acabaron movilizando a medio pueblo”, y en algunos casos más de 100 vecinos participaron en la celebración final.

“Lo importante es que se crea una red de colaboraciones y de personas en torno a intereses comunes. Conectamos con la importancia que le dan a sus tradiciones y a su identidad. Muy contenta, de verdad”, confiesa Del Pozo, quien no descarta que esta experiencia pueda extenderse a otras regiones de España.

Este tipo de iniciativas culturales no solo embellecen el entorno rural, también generan comunidad, una palabra cada vez más necesaria en tiempos de aislamiento. Porque quizá el secreto para cambiar la vida de un pueblo no esté en grandes infraestructuras, sino en una silla, una conversación y una noche de verano.