El Papa Francisco está a punto de aterrizar en la ciudad de Nursultán, la capital de Kazajistán, donde participará en el VII Congreso de Líderes Religiosos Mundiales.

Esta visita nos hace recordar la que llevó a cabo a este mismo país San Juan Pablo II en septiembre de 2001, pocos días después del atentado que derribó las Torres Gemelas en Nueva York. La voz del Papa resonó entonces como un reclamo a los fundamentos de lo humano; el suyo fue un testimonio inerme de la verdad y el sentido de la vida, amenazados por el vértigo de una violencia ciega. Una verdad y un sentido que la Iglesia tiene que proclamar y testimoniar frente a todas las locuras de la historia.

Es un testimonio que nos puede parecer insignificante frente a los poderes formidables que parecen marcar la agenda de nuestro mundo… pero ¿qué sería de él si ese testimonio desapareciera?

Es significativo que en Kazajistán exista una pequeña comunidad católica, uno de cuyos pastores es el español José Luis Mumbiela. La mayor parte procede de polacos y alemanes que durante la época de Stalin fueron deportados hasta este país de Asia Central. Por eso Juan Pablo II habló de “una tierra de mártires y creyentes, de deportados y héroes”.

Ahora los nietos de aquellos deportados gozan de la libertad que sus abuelos no tuvieron, pero profesan su misma fe, una fe que sigue siendo atractiva a su alrededor. Y así, de lo que fue una tragedia humana ha germinado la pequeña flor de una comunidad pobre pero preciosa, que hoy está de fiesta porque a esa esquina del mundo llega por segunda vez un Sucesor de San Pedro. Estaremos atentos a sus palabras, que nuestro mundo, un poco enloquecido, necesita oír.