Desde sus inicios, la Iglesia siempre ha reunido en su seno varios rostros culturales, y en cada época alguno de ellos ha sido más incisivo o relevante. En los primeros siglos el norte de África aportó doctores, mártires y papas. En la alta Edad Media fue decisivo el empuje de las islas británicas, cuyos misioneros llegaron hasta Viena. Muchos santos y reformadores españoles fortalecieron a la Iglesia tras la ruptura protestante; también la matriz francesa y la alemana han tenido momentos de intenso brillo al servicio de la misión y de la teología. Con Francisco ha llegado al centro de la Iglesia la frescura del pueblo católico latinoamericano, y no es un secreto que África es una fuente de renovada juventud para el mundo católico. Pero también es el momento del Extremo Oriente. De allí ha llegado el nuevo prefecto de la Congregación para el Clero, el arzobispo coreano Lázaro You Heung-sik.

En una entrevista publicada por Alfa y Omega, cuenta lo que le dijo el Papa al hilo de su nombramiento: “me gustaría que más sacerdotes coreanos salgan de misioneros a otros países. La Iglesia coreana empezó por la pasión de algunos laicos que dieron la vida por la fe… quisiera que esta pasión y ardor misionero que tienen los coreanos se extienda a toda la Iglesia universal”.

A nuestra Europa, que vive una especie de “cansancio de la fe”, le viene muy bien ese ardor misionero al que se refiere el Papa. El rostro de Extremo Oriente (con la aportación de las iglesias de Corea, Filipinas, Vietnam… y del gigante chino) es muy necesario para el dinamismo de la Iglesia en este momento histórico. De ellas tenemos mucho que aprender, sin olvidar que Europa, estoy seguro, seguirá dando savia nueva al árbol de la Iglesia en el futuro.