La foto que me ha llamado la atención la he visto hoy en La Vanguardia. Es la imagen de un fresco con rojos apagados, blancos llenos de historia y oros viejos. Es la imagen de un fresco de una de las paredes de San Baudelio de Berlanga, una iglesita en la estepa soriana. Una iglesita levantada hace muchas lunas, hace mil años, por gentes que escapaban del sur. En el fresco de oro viejo aparece una criatura extraña. La cabeza con una gran boca, el gesto simpático, los ojos grandes. El cuello muy largo, tan largo que hace la forma de una u. Las cuatro patas del bicho son muy largas y los pies y las manos parecen el arco de una mecedora. El animal representado camina en un difícil equlibrio. La grupa es una joroba, una joroba prominente, rotunda. El pintor de hace mil años en una Soria de estepa, de churras y de merinas, de cañadas, de liebres y de conejos, ese pintor conocía a un animal de tierras extrañas, a una criatura con joroba y andares muy meditados. El pintor de hace mil años había oído, había escuchado la historia de los dromedarios de Madian, había quizás visto a los camellos de Arabia descender aristocráticamente y mascando el aire caliente por alguna duna. El pintor de hace mil años había quizás peregrinado a la tierra santa, había cruzado el mediterráneo, había sufrido naufragios, había aprendido lenguas extrañas, había pasado hambres que le dejaban sin dormir, había ecomendado mil veces su alma a Dios porque mil veces pensó que iba a perecer. Nosotros los modernos pensamos que somos los únicos que hemos vivido, los únicos que hemos ido y venido, nosotros los modernos, siempre ausentes de nosotros mismos, pensamos que somos los únicos que hemos vivido, cuando probablemente somos los primera generación que está totalmente ausente, ausente del mundo, ausente de sus criaturas, ausentes de nosotros mismos. Los primeros que creemos haber vivido cuando quizás seamos los primeros en vivir sin vivir.