Diego Garrocho: "Confiemos en que los cardenales que hoy se han encerrado en el cónclave tengan también la virtud de ser verdaderamente elegantes"
El profesor de Filosofía, Diego Garrocho, reflexiona sobre la dificultad y el valor ético y estético de saber elegir

Madrid - Publicado el - Actualizado
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Pocas cosas son más complicadas para un ser humano que aprender a elegir. La existencia de alternativas es la base de nuestro libre albedrío, pero esa misma capacidad de escoger también puede convertirse en un abismo que nos llene de angustia.
Sin embargo, hay momentos en los que no tenemos más opción que decidir, y está bien que así sea, porque de lo contrario podríamos acabar como el asma de Burirán, que murió de inanición al no saber elegir entre dos montones de heno idénticos que tenía delante de sí. En el fondo, toda la historia de la ética intenta responder a esta misma pregunta, ¿cómo elegir? Cada vez que elegimos estamos afirmando que una opción es mejor que otra, y si podemos decir que algo es mejor es porque de algún modo estamos apelando a una idea de bien, y a eso se dedica precisamente la ética, a la reflexión racional y a la deliberación sobre lo que es bueno.
Pero recordemos también que la ética y la estética no están tan separadas como a veces pensamos. De hecho hay un viejo adagio que dice aquello de Nulla aesthetica sine ethica. Esto es ninguna estética sin ética, algo que en la antigua Grecia era casi inevitable. Y volviendo a la idea de la elección, es interesante hacer ver que elegir es justamente lo que hacen las personas elegantes. De hecho, la palabra elegancia proviene etimológicamente del verbo elegir. Ser elegante es en el fondo saber escoger.
Así que confiemos en que los cardenales que hoy se han encerrado en el cónclave, además de tener otras muchas virtudes, tengan también la virtud de ser verdaderamente elegantes.