Uno de los retos que tenemos en nuestra sociedad ahora mismo es el de ser capaces de integrar a nuestros mayores, de no aislarlos, de recordarles a ellos y a nosotros mismos que aún tienen mucho que aportar a la sociedad.

Antes, llegar a la vejez era sinónimo de respeto. La sociedad apreciaba la experiencia y se valoraban las canas. No puedo evitar acordarme ahora de mis abuelos, de lo que aprendí de ellos y todo lo que me transmitieron con su ejemplo en sus últimos años de vida.

Ahora, sin embargo, vivimos en un mundo en el que la ancianidad está asociada con la enfermedad, la invisibilidad, el abandono y la pérdida de capacidades. En definitiva, un mundo en el que los mayores son frecuentemente descartados, como no se cansa de denunciar el Papa Francisco.

Una sociedad que no tiene en cuenta a sus mayores es una sociedad que está corrompida, que está enferma. Lo recordaba el otro día el obispo de Canarias que está al frente de la Subcomisión de Familia y Defensa de la Vida, monseñor José Mazuelos... Una sociedad que piensa que con ellos ha nacido todo y se olvida de sus raíces es una sociedad soberbia. Y un árbol sin raíces, normalmente, se seca.

La pandemia puso de relieve una situación que venía sucediendo desde tiempo atrás y a la que la sociedad apenas había prestado atención: te hablo de la creciente soledad que afrontan cada vez más ancianos en nuestro país.

Una soledad que se intensificó con el confinamiento. Cuando nuestro único recurso para mantenernos conectados con el resto del mundo eran las nuevas tecnologías, muchos de ancianos descubrieron lo que es la brecha digital. Y es que, según el último Informe FOESSA, la digitalización es un nuevo factor de exclusión para nuestros mayores. Cada vez más servicios... los bancos, los médicos... exigen unas competencias digitales para las que nuestros mayores no están preparados.

La Iglesia en España ha presentado esta semana un documento muy interesante que aborda todas estas cuestiones. Y en la presentación también se denunciaba que los ancianos son otros de los grandes olvidados por este Gobierno. Un Gobierno que se autodenomina progresista, que nos regala leyes como la de la eutanasia, o la que tiene en proyecto, la nueva ley del aborto... pero que no está cuando hay que cubrir determinadas necesidades de nuestros mayores.

Es la Iglesia la que toma la iniciativa, ante la inacción del Gobierno, en el acompañamiento de los ancianos. En luchar contra la cultura del descarte. Lo hace a través de instituciones como Cáritas, que tiene programas específicos para la tercera edad, lo hace en tantas residencias de mayores gestionadas por congregaciones religiosas, con movimientos como Vida Ascendente...

Y es que, como decía, precisamente, Álvaro Medina, el presidente de Vida Ascendente, los mayores pueden ser guías para los jóvenes, pueden ser luces en el camino de los que vienen detrás. Dejémosles que aporten a las nuevas generaciones lo que tienen, que es mucho. Ellos lo están deseando.