La vivienda no es un negocio: es un derecho básico al que todos debemos tener acceso

Escucha el monólogo de Irene Pozo en 'La Linterna de la Iglesia' del 4 de julio de 2025. 

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¿Qué tal? Muy buenas noches. Hoy quiero poner el foco en uno de los mayores desafíos que tenemos actualmente. Hablo del acceso a la vivienda, un problema que afecta cada vez a más personas y que requiere de soluciones integrales que garanticen no solo una vivienda digna, sino también que sea asequible para todos.

Vamos a los datos. Según FOESSA, en 2022 se destinaba el 52 % del sueldo bruto al pago del alquiler, cifra que aumentó hasta el 63 % en 2023. Ojo: esto, cuando los expertos recomiendan no destinar más del 30-35 % al pago de la vivienda.

Pero voy más allá. Durante ese tiempo, el salario subió un 12 %, mientras que el precio del alquiler lo hizo un 44 % y el de compra, un 51 %. Esto hace que, para muchas personas, acceder a un derecho básico como es una vivienda —o mantenerla— se convierta en una auténtica pesadilla. Además, el problema del acceso a la vivienda en nuestro país se complica con la existencia de un significativo número de viviendas vacías.

Hasta aquí, los datos que deben hacernos reflexionar sobre una cuestión que tampoco pasa desapercibida para la Iglesia. Esta semana, el presidente de la CEE, Luis Argüello, pedía a los cristianos que tienen más de una vivienda en propiedad que pusieran esa casa en el mercado a un precio asequible.

Y es que, cuando pensamos en el problema de la vivienda, a veces nos quedamos atrapados en cifras, en políticas o en el propio mercado inmobiliario… y perdemos de vista que la vivienda no es un negocio: es un derecho básico al que todos debemos tener acceso. Estamos ante un problema social que no solo plantea un reto económico y político, sino también ético. Todas las personas tienen el mismo derecho a tener una vivienda que les permita desarrollar una vida digna.

Esto nos hace mirar de frente a nuestro modelo económico, que con demasiada frecuencia deja atrás a los que más necesitan. La economía no debería medirse por la suma total, por el crecimiento medio o por los deseos que la propia sociedad genera… Deberíamos medirla por cómo está el último, por cómo mejora la vida de quien más carece. Porque una sociedad no está mejor si la riqueza media sube, sino si disminuye la cantidad de personas que no tienen acceso ni a lo básico, como es la vivienda.

Y aquí está el gran cambio de mirada que propone la doctrina social. No se trata de anular a los que están mejor, sino de priorizar a quienes están peor. Yo lo suelo comparar con la escuela, donde, en una clase, el profesor no solo atiende a los mejores alumnos, sino que se esfuerza en que nadie se quede atrás.

Si somos capaces de hacer una economía al servicio de las necesidades de las personas, habrá bienes para todos. Quizá sea el momento de reorganizar nuestras preferencias en la vida… Porque, al final, la verdadera riqueza de una sociedad no está en su acumulación de bienes, sino en cómo cuida a sus más vulnerables. Se trata de una llamada a la solidaridad, a la justicia, a construir una sociedad donde el acceso a una vivienda digna no sea un privilegio, sino una realidad para todos.

Porque, al final, una casa no es solo el lugar donde vivimos. Es el espacio donde se teje la vida. Y eso, nadie debería arrebatárnoslo.

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