El martirio es una de las expresiones más grandes del amor

Escucha el monólogo de Irene Pozo en La Linterna de la Iglesia

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Hay palabras que atraviesan los siglos, que conservan intacta su fuerza y su verdad. Una de ellas es “martirio”. Durante mucho tiempo la hemos asociado a los primeros cristianos, a esos hombres y mujeres que fueron perseguidos y asesinados por dar testimonio de su fe en Cristo. Pero hoy… hoy también tenemos mártires. El siglo XXI está marcado por esa sangre silenciosa que sigue siendo semilla de cristianos. 

En los próximos días, el Vaticano acogerá un encuentro para recordar a los mártires de nuestro tiempo. Y pienso que no es un gesto solo de memoria, sino también de esperanza. Porque recordar a quienes han entregado su vida por el Evangelio es dejarnos interpelar por su testimonio. Un testimonio que nos habla de una fe vivida hasta las últimas consecuencias, de un amor a Cristo y a la Iglesia que no se detiene ante el odio, la persecución o incluso la muerte.

Muchos de ellos fueron asesinados únicamente por confesar su fe, por no renunciar al nombre de Cristo. Pastores que permanecieron con sus comunidades en medio de la guerra, religiosas que no abandonaron a los más pobres, jóvenes que eligieron mantenerse fieles al Evangelio aunque sabían que les costaría la vida... Sus nombres y sus rostros quizá no aparezcan en los titulares, pero su entrega ilumina a toda la Iglesia y nos recuerda que ser cristiano es vivir en coherencia con el Evangelio, aunque suponga ir contracorriente, que nuestra fe no puede quedarse solo en las palabras, sino que se demuestra en las decisiones, en la manera de amar, de perdonar y de servir.

Hoy el martirio adopta muchos rostros. Lo vemos en lugares de guerra, donde comunidades enteras se mantienen firmes en la fe pese a la violencia... Pienso, por ejemplo, en la pequeña Iglesia que resiste en Gaza, sosteniendo con valentía la oración, la caridad y la esperanza en medio de la devastación. O en tantas comunidades de África, de Asia, de Oriente Medio, donde la fe se convierte en motivo de sospecha, de persecución, de exclusión.

Y, sin embargo, la Iglesia permanece. Permanece porque su fuerza no está en sus estructuras ni en sus números, sino en la entrega de quienes creen de verdad. Y eso nos recuerdan los mártires de hoy, que su fe es una adhesión radical a Cristo, capaz de transformar la historia y de sostener incluso en medio del dolor.

El martirio no es solo una realidad lejana. También aquí, en nuestro día a día, podemos vivir ese “martirio de lo cotidiano”: el testimonio sencillo y valiente de quien no renuncia a la verdad del Evangelio en medio de una sociedad que muchas veces lo margina o lo ridiculiza.

Al final, el martirio es una de las expresiones más grandes del amor. Un amor que se entrega y que vence siempre porque está fundado en Cristo resucitado. Y esa es la certeza que, mirando a los mártires de ayer y de hoy, nos llena de esperanza.

Una invitación a caminar junto a ellos con un corazón dispuesto a sostener y vivir la fe con la misma autenticidad.

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