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Luis del Val: “Esta noche, ¡saldré de casa e iré a tirar la basura!”

No espero un recibimiento alborozado de mi mujer, como si viniera de cazar al mamut

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Luis del Val

Colaborador

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 10:00

Había pensado callarme y no decir nada, pero creo que es mejor decir la verdad. Podría hablar de otra cosa, pero creo que en esta cita diaria existe un contrato no escrito de sinceridad, y sería hipócrita por mi parte faltar a ese contrato. Así que no tengo más remedio que contar que, en medio de esta situación nada halagüeña, rodeado de noticias tristes y augurios económicos dignos de una Casandra, esta mañana me encuentro algo contento, estúpidamente optimista, con ese optimismo de los tontos contemporáneos, porque yo también soy un tonto contemporáneo, y me siento ligeramente ilusionado, porque me ha dicho mi mujer que, esta noche, bajaré yo la basura.

En situaciones normales, no es una actividad que me provoque placer, al revés, no me gusta nada, pero desde que el sábado por la mañana salí a comprar el pan, no he salido de casa, y lo de ir a tirar la basura me ha provocado esa esperanza que acompaña a las vísperas de cualquier viaje, donde uno se imagina que ocurrirán situaciones placenteras. Ya sé que no es un viaje muy largo, porque desde la puerta de mi piso hasta la bocana del conducto de las basuras, debe haber unos 250 metros, siempre y cuando no utilice el ascensor. Y no lo pienso utilizar, no señor. Bajaré por las escaleras solitarias, atravesaré el vestíbulo y saldré al parque infantil de la urbanización, huérfano de niños, porque han puesto unas cintas disuasorias. Lo dejaré a mi derecha, atravesaré los 85 metros de la zona porticada, y me encaminaré hacia a las puertas de la urbanización. Una vez allí, pulsaré con la mano cubierta de guante el botón de apertura, y, ya en la calle, todavía me quedarán 65 metros hasta llegar al cilindro que se traga las basuras. Les parecerá poca cosa, pero luego está el regreso, que no espero que sea como el de Ulises a Ítaca, y no creo que haya Polifemos, ni sirenas, pero es probable que me encuentre con algún vecino -¡quién sabe!- y, manteniendo la distancia de los dos prudentes metros, además de darnos las buenas noches, nadie sabe si puede ser un vecino más conocido, y hasta podríamos hablar de la lluvia fina, o de cualquier asunto, porque cualquier asunto me parecerá interesante, teniendo en cuenta que, de vis a vis, aparte de con mi mujer, no he hablado con nadie. Bueno, sí, está el WhatsApp con imagen, pero la imagen se congela, debo tener mala cobertura, y veo a mis hijos y a mis nietas, de repente, con una sonrisa hierática, y no coloco bien el móvil, y me falta costumbre, es algo así como una comida por correspondencia.

Luego, vuelta a la melancólica mirada al jardín desierto, subiré las dos plantas, y regresaré a mi hogar, poniendo fin al viaje. No espero un recibimiento alborozado de mi mujer, como si viniera de cazar al mamut, pero a pesar de todo, no lo puedo remediar, y tenía que contarlo: me encuentro esperanzado, como un tonto contemporáneo, porque esta noche saldré de casa e iré a tirar la basura.

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