En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Soy de esa generación que entendió lo que era una cola en la Expo 92 de Sevilla. El pabellón de la navegación, el de Canadá, el del iceberg, y todo eso. Cuántas horas en camiseta de tirantes y bermudas. Con la riñonera y la gorra. ¿Mereció la pena? Pues creo que sí. Pero también te digo que en los siguientes meses era ver a Curro por la tele y se me agriaba el carácter. Lo hubiera cocinado al ajillo al Curro ese.

Luego llegaron los conciertos. Era de esos que se iban a la puerta desde la mañana para ver a mis ídolos en primera fila. Ahora miro hacia atrás y pienso: cuánto tiempo libre tiene uno de joven. Y lo que es peor: cómo pudieron gustarme muchas de aquellas canciones.

La espera siempre ha sido un refugio para la ilusión

Y ahora, que ya tengo una edad, mis filas son básicamente dos: o bien esperar en las atracciones para que entren mis hijos a columpiarse en sitios o la segunda opción, que es esperar en urgencias a que me miren algún hueso roto o algún esguince tras una mala pachanga.

La paciencia, como los linces ibéricos o los rinocerontes blancos, está en peligro de extinción. Ahora todo tiene que ser ya. Las cajeras de los supermercados lo saben, los camareros lo saben, los taxistas lo saben. Todo inmediato. Todo rápido. Todo en el momento.

Quiero reivindicar a aquellas familias haciendo colas interminables en la Expo 92. Esa pausa y esa curiosidad por ver lo que había al otro lado de las puertas de los pabellones. Eran otros tiempos. La paciencia también es un talento. La espera siempre ha sido un refugio para la ilusión.

Las 'Crónicas perplejas' de la semana de Antonio Agredano

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