Está a punto de dejar Asturias, su tierra natal. Se llama Alfonso Pombo, un laico que ha vivido su fe y su compromiso cristiano en su parroquia, es ingeniero químico y ha trabajado como profesor en varios colegios. Durante la celebración de la Eucaristía el arzobispo Jesús Sanz presidió el sencillo y emotivo ritual del envío, antes de que Alfonso parta para Honduras. Allí estaban presentes su madre y hermanos, sus amigos, el grupo de su parroquia, sacerdotes y religiosas, jóvenes y alumnos de Alfonso.

Como escribe el propio arzobispo en su carta semanal, era una celebración de familia en el sentido más hermoso de la palabra, porque la Iglesia diocesana estuvo allí representada y presidida por su pastor. No era el adiós privado a alguien que individualmente toma una decisión, sino el adiós comunitario de quienes le reconocen como un querido hermano que marcha con el apoyo, la gratitud y la oración de toda la comunidad. “Él se llevaba todo lo que somos como Iglesia que camina misioneramente, y al mismo tiempo él nos dejaba su testimonio para que nuestro corazón se dilate también más ‘católicamente’ hasta los confines de la tierra”, escribe Monseñor Sanz Montes.

El arzobispo evoca la partida de tantos misioneros que pudo contemplar en su niñez, entonces eran sobre todo sacerdotes y religiosas, y confiesa que en un momento en que es fuerte la tentación de encerrarnos en el búnker del miedo, es hermoso ver partir a un laico cristiano que como hijo de la Iglesia marcha para un proyecto misionero en Honduras coordinado por la asociación OCASHA-Cristianos con el Sur. Allí trabajará con comunidades rurales en la formación de los jóvenes. Es un gesto que nos hace pensar en otras tantos que nuestras diócesis han vivido a lo largo de su historia, muy especialmente en relación con América.

En este caso, concluye don Jesús Sanz, “será un regalo para la Iglesia hermana de Tegucigalpa, una bendición para tantos jóvenes, y para nosotros un reclamo para tener el corazón y la mirada abiertos para anunciar aquí la Buena Noticia”.