La Corte Suprema de Pakistán ha ordenado la liberación inmediata de Asia Bibi, al declararla inocente del delito de blasfemia por el que había sido condenada a muerte en 2010. “Hoy es un día bellísimo que recordaremos toda la vida, porque la justicia ha triunfado y una persona inocente ha quedado libre”. Estas palabras, de uno de las personas que han acompañado a Asia Bibi durante su calvario de nueve años, resumen el sentimiento de todos los cristianos de Pakistán.

Pero esta valiente decisión de los jueces de la Corte Suprema ha suscitado ya un sinfín de amenazas por parte de los radicales islamistas que han puesto en su diana a los cristianos, pero también a los jueces del Supremo, a los abogados de Asia Bibi y a cualquiera que se atreva a mostrar simpatía por ella. Hoy las iglesias aparecen rodeadas por el ejército y muchas familias cristianas no han enviado s sus hijos a la escuela. En este clima se hace patente que la lucha no se produce entre cristianos y musulmanes, sino entre quienes desean para Pakistán un Estado de Derecho que proteja la libertad de todos sus ciudadanos y quienes pretenden la someter a las instituciones a su ideología de odio y fanatismo.

Pero ésta es también la historia de un testimonio de fe que nos conviene a todos. En una carta enviada a su familia, cuando atravesaba uno de los momentos más oscuros, Asia decía: “somos cristianos y pobres, pero nuestra familia es un sol… estad tranquilos, amores míos, iré con la cabeza bien alta, sin miedo, porque estaré en compañía de Nuestro Señor y con la Virgen María. Y en una carta enviada al Papa en 2014, explicaba: “me aferro con fuerza a mi fe cristiana y nutro mi confianza en Dios, mi Padre, que me defenderá y me devolverá la libertad. También confío en ti, Santo Padre Francisco, y en tus oraciones. Sé que, gracias a tu oración, mi libertad podría ser posible.