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Una tertulia con el “otro” Iglesias al fondo…

Y volvimos a la pregunta sobre qué había conducido a Pablo Iglesias a pedir oraciones por sus hijos nacidos prematuramente

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Tiempo de lectura: 4'Actualizado 11:57

Un reciente articulo de Juan Manuel de Prada, en el que ofrece una versión diferente del denostado Pablo Iglesias, me ha llevado a plantear a un grupo de amigos, entre los que hay agnósticos y creyentes, un debate sobre la “fe” del ateo que le lleva a pedir oraciones a un amigo en un momento de tribulación. La pregunta latente era si se puede discernir el bien del mal sin necesidad de acudir a Dios y, por lo tanto, ser buena persona si eliges hacer lo bueno en todo momento y así vivir en paz.

De inmediato, el debate derivó hacia la definición del concepto de “bueno” y si algunos lo confunden con el simplismo de “lo que me gusta”. Como todos éramos ya maduros llegamos al acuerdo de que el sentido común te indica la diferencia que hay entre el gusto personal y lo que objetivamente se considera como “bueno”, salvo que seas un psicópata, pero siempre que ese “sentido común” se nutra de la verdad y no e la comodidad… De ahí a afirmar que lo importante es ser “ético”, sin necesidad de fundamentar la ética en la religión, o más concretamente, en Dios, solo había un paso. Y lo dimos. La “corriente” agnóstica llegó a la conclusión de que se puede vivir éticamente sin Dios, mientras la creyente argumentaba todo lo contrario, que sin Dios no hay fundamento ético, en la medida que se priva a la persona de la razón última de su existencia, al punto de que sin Dios y sin esperanza en la vida eterna, nos convertiríamos en unos animales más, dotados con la inteligencia suficiente para dominar la tierra. (Paréntesis: y así nos va ese dominio, a diferencia de los animales salvajes, cuando prescinde de la obligada protección del medio ambiente, con la consecuencia de las pandemias…)

Y volvimos a la pregunta sobre qué había conducido a Pablo Iglesias a pedir oraciones por sus hijos nacidos prematuramente, a un creyente, cuando él mismo pudiera haberlo hecho, sin necesidad de creer pero con la valentía con que un dolorido Unamuno sin fe, se dirigió al Creador con esta bella poesía-oración: “Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,/ y en tu nada recoge estas mis quejas,/ Tú que a los pobres hombres nunca dejas/ sin consuelo de engaño. No resistes/ a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes./ Cuando Tú de mi mente más te alejas,/ más recuerdo las plácidas consejas/ con que mi ama endulzóme noches

tristes./Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande/ que no eres sino Idea; es muy angosta/ la realidad por mucho que se expande/ para abarcarte. Sufro yo a tu costa,/ Dios no existente, pues si Tú existieras /existiría yo también de veras”.

¿Había hipocresía en Iglesias, o subyacía en la petición algún rasgo unamuniano de nostalgia de un Dios que podría existir, aunque no creyese en Él? ¿O más bien se trataba de una superstición que ha supervivido q su ideología materialista?

Como no se aportaron respuestas convincentes, el debate derivó hacia otros temas como las nuevas corrientes filosóficas “espiritualistas”, la conciencia individual, el pragmatismo y la pasión –¡ay!- por la vida en libertad. Esa exclamación, ¡ay!, es fruto de la desviación de la tertulia hacia una de las cuestiones que, acaso sea de las más fundamentales de nuestro tiempo: sí, la libertad. Y fue inevitable la referencia al reciente triunfo de la señora Ayuso en las elecciones de Madrid en las que se trató de contraponer la libertad al “sanchismo” y el populismo podemita de quien, hasta ahora, ha sido su máximo exponente.

Ahí es nada: libertad versus ideologías aparentemente “buenas” en el plano social. Y además, ¿qué es la libertad? ¿No es, en definitiva, hacer, decir o pensar lo que quieras? ¿Por qué, pues, denostar a unos si ejercen la libertad como les parece, siempre que no invadan la línea roja de la libertad de los demás…? “Cuidado, alertó un contertulio, eso no es precisamente lo que hace Iglesias, que condena la libertad, insulta y persigue a quien piensa de otra manera…”

Llovieron los argumentos pero, al final, se llegó a un consenso: la libertad solo es posible si consigues no hacerte esclavo de los sentimientos o de los ídolos, además de abrazar el amor a los demás como el mejor servicio humano que pueda hacerse. Y, claro, para los creyentes, no basta la ética para amar, por la sencilla razón de que ese amor que te hace libre, empieza y termina en el amor a Dios, que es el Camino, la Verdad y la Vida…

Cuando nos levantamos de la mesa, con el final del toque de queda por la pandemia, nos despedimos con la sensación de que, queramos o no, la vida se nos escurriría de las manos como el agua si, de cuando en cuando, no pensamos que papel pintamos en la vida y admitir, al menos, a Jesucristo resucitado como el Hijo de Dios, con la ilusión añadida de encontrar respuestas y de llegar a sobrepasar el querer creer de los agnósticos sinceros, como intentó don Miguel de Unamuno..

A fin de cuentas hemos forjado, entre todos, un mundo que ha situado el bienestar como la meta soñada de la vida, sin dar cabida al dolor, a la preocupación por la muerte y, por supuesto, a Dios, que, sin embargo, nos ama sin desmayo. De alguna forma, Iglesias -¡como Sánchez, quiero creer!- tiene todavía en el corazón ese hálito del amor que nos infundió Dios antes de nacer y que nos hace más humanos, a pesar de ser esclavos del odio y el rencor hacia quienes nunca le han votado.

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