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Sanitarios valientes, abandonados por cobardes de despacho

Me duelen sus sentimientos porque sé de primera mano, con cuánta dedicación, cuidado, profesionalidad, fuerza y fiereza libran las batallas para devolvernos la vida

Ana Luisa Pombo

Ana Luisa Pombo

Redactora Jefa

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 12:55

Sanitarios valientes, abandonados por cobardes de despacho

Brais Lorenzo

Hoy, de la mano de dos de los médicos que me salvaron la vida en dos ocasiones, he visto de cerca la impotencia, la sensación de abandono y la rabia que sienten los sanitarios que lucharon, que luchan, a brazo partido para rescatar vidas de las garras del Covid-19 y las razones por las cuales, algunos, al recibir el premio Princesa de Asturias de la Concordia, entonan un “gracias, pero no arregla nada”. Lo he visto y me ha dolido.

Me ha dolido porque, con la empatía que se genera cuando tu vida ha estado en sus manos, he podido sentir a flor de piel el horror que ellos han sufrido al tener que aplicar lo que llaman medicina de guerra, cargando con el peso infinito, insoportable, de decidir a quién sostienen manteniéndose sobre el filo que delimita la frontera entre la vida y la muerte.

Me ha dolido comprobar que ellos, sanitarios en primera línea de batalla, se sienten abandonados por cobardes de despacho que, olvidando que tienen la obligación de protegerlos para que nos protejan y nos curen, los han dejado solos en esa guerra desigual y que, con la ineptitud propia de quienes nunca han pisado el campo de batalla, han jugado con sus vidas y con las nuestras, negándoles información vital y medios protectores que redujeran el riesgo de que se contagiaran, nos contagiaran a sus pacientes, se contagiaran entre ellos o contagiaran a sus familias.

Me ha dolido ver su rabia al sentir que las autoridades sanitarias, ignorantes y rebosantes de desidia, los consideran “una mierda” a ellos, luchadores valientes, arriesgados hasta la temeridad, incansables e inasequibles al desaliento que, sin apoyo, a pecho descubierto y sin medios apropiados, rescataron miles de vidas de una muerte segura y que todavía sufren por las que no pudieron salvar.

Me ha dolido comprobar su frustración viendo que todos los esfuerzos y sacrificios que han hecho, no han servido para nada porque ni atendemos, ni respetamos, ni practicamos las normas de prevención que nos prescriben, haciendo que los aplausos que les ofrecíamos dejen el poso, el sabor amargo, de la hipocresía ante el hecho cierto de que muchos aplaudían para romper la monotonía de un tedioso aislamiento y no porque estuvieran valorando el trabajo de unos sanitarios que se jugaban la vida y a los que, ahora, faltan al respeto desoyendo sus recomendaciones de seguridad sanitaria ante un virus que no se ha ido, que sigue agazapado, esperando la oportunidad de lanzar un nuevo zarpazo.

Me ha dolido, me duele, su dolor, ese dolor que les ha dejado en el alma el Covid-19, ese dolor que dejan entrever enredado en pesadillas recurrentes y que ha marcado sus vidas para siempre.

Me duelen sus sentimientos porque sé de primera mano, con cuánta dedicación, cuidado, profesionalidad, fuerza y fiereza libran las batallas para devolvernos la vida cuando todo parece perdido.

Me duele haber visto e intuido tanta impotencia en quienes son expertos en ganar la batalla de la vida jugando al límite de sus fuerzas hasta el último segundo del partido, conscientes de que si pierden, serán los malos de la película y, lo peor , que ganen o pierdan ese partido, cuando el virus pase, cuando la euforia que ahuyenta el aburrimiento calle los aplausos y se apaguen las luces de los premios, para ellos todo seguirá igual, desbordados de trabajo y responsabilidad pero ni agradecidos, ni valorados, ni protegidos, ni bien pagados.

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