Carta dominical

El obispado de Tortosa sigue con la celebración de la Cuaresma

José Luis Arín repasa algunos de los episodios previos a la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Obispado de Tortosa

Redacción digital

Madrid - Publicado el

4 min lectura

La carta dominical completa del administrador diocesano del obispado de Tortosa, José Luis Arín, es la siguiente:

EN EL TABOR RECONOCEREMOS AL HIJO AMADO DEL PADRE DIOS 05-03-2023

Tanto el evangelista Mateo como los otros sinópticos (Mc y Lc) sitúan el episodio de la Transfiguración de Jesús después del primer anuncio de su Pasión, muerte y resurrección. Testigos de esta experiencia singular son Pedro, Santiago y Juan, los tres más destacados opositores al camino de Cruz anunciado por Jesús.

La condición humana tiende a pensar erróneamente que, donde haya presencia viva de Dios, tiene que haber también camino feliz sin dificultades ni cruces.

De este error conceptual se derivan muchas crisis de fe.

La dificultad es evidente: ¿quién puede reconocer al Mesías de Dios y Salvador en un hombre despreciado y evitado de los hombres, ante el cual se ocultaban los rostros (Is 53,3), condenado al suplicio ignominioso de la cruz?

Muestra de ello son los mismos Apóstoles. Cuando Jesús anuncia por primera vez su Pasión, Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparle: “Eso no puede pasarte” (Mt 16,22). Semejantemente, después del tercer anuncio de la Pasión, la madre de Santiago y Juan pedirá que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda (Mt 20,21).

Teniendo presente todo esto Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto -lugar de máxima proximidad al cielo, morada de Dios- y se transfiguró delante de ellos. La tradición, ya desde san Cirilo de Jerusalén y san Jerónimo (s. IV-V), indica el Tabor como lugar de la Transfiguración.

La condición divina de Jesús permanecía como escondida por el Misterio de la Encarnación: en su vida ordinaria por los caminos de Galilea de ningún modo parecía que fuera el Hijo Unigénito de Dios.

La finalidad del don de la Transfiguración era alentar a unos discípulos reacios a confiar en el Crucificado desde una experiencia puntual que les hiciera ver claro que aquél a quien verán ultrajado es de verdad el Hijo amado del Padre Dios.

La Transfiguración anticipa el estado glorioso del Resucitado con la misma gloria con la que se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días (Ac 1,3).

La experiencia en un monte alto evidentemente les fue gratificante, como lo es siempre toda auténtica experiencia de Dios. Por eso con razón Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!”.

Dios no hace caso a la propuesta de quedar-se en el Tabor con las tres tiendas. El altruismo benevolente de la iniciativa de Pedro no deja de ser renuncia al camino de Salvación previsto por Dios que Jesús está dispuesto a seguir fielmente.

Porque el tono gratificante de la experiencia ocasional no puede hacer perder de vista su finalidad, bien marcada por la voz desde la nube luminosa con la que el Padre Dios proclama: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco, repitiendo la proclamación en la teofanía del Bautismo (Mt 3,17), pero añadiendo ahora: Escuchadlo. Hacedle caso sobre todo cuando anuncia un camino de Cruz para llegar a la gloria, y no hagáis caso de voces que proponen alejarse del camino de la Cruz.

En nombre del Tabor no podemos rehuir el camino hacia Jerusalén que es la auténtica meta con la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión, que dan paso a la efusión abundante del Espíritu en Pentecostés.

La gratificante experiencia del Tabor no puede convertirse en una situación permanente: hay que bajar a pie de suelo.

La experiencia transfiguradora del Tabor es absolutamente necesaria para seguir de verdad el camino de Jesús. Especialmente la Eucaristía dominical, pero también los Grupos de Oración y de Adoració Eucarística, o de Lectio Divina, las Reuniones de Equipo Apostólico, las actividades de caridad y acción social, y tantas realidades eclesiales en nuestras Parroquias tienen que convertirse en experiencias vivas de transfiguración.

En definitiva, rogamos como repetimos hoy en el Salmo Responsorial: Que tu misericordia Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

José-Luis Arín Roig

Administrador Diocesano

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