El sueño de vivir hasta los 100 años se vuelve cada vez más lejano: este es el motivo
Según un estudio, aunque la esperanza de vida sigue creciendo, lo hace a un ritmo mucho más lento que en la primera mitad del siglo XX

Grupo de personas mayores
Barcelona - Publicado el
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Un reciente estudio internacional ha encendido las alarmas en el mundo de la demografía y la epidemiología: la posibilidad de alcanzar los 100 años de vida, que durante décadas pareció factible como meta para muchas sociedades modernas, se está volviendo progresivamente más difícil de lograr. Según los autores, aunque la esperanza de vida sigue creciendo, lo hace a un ritmo mucho más lento, y en algunos casos prácticamente estancado, lo que implica que para generaciones futuras sea menos probable llegar al centenario como promedio poblacional.
El análisis abarca datos de 23 países de distintas regiones del mundo y, partiendo de los registros demográficos de personas nacidas entre 1939 y el año 2000, los investigadores compararon los incrementos históricos de esperanza de vida con las proyecciones futuras. Lo que encontraron es una marcada desaceleración: mientras que en el periodo 1900‑1938 se observaba un aumento promedio de cinco meses y medio por cada año de nacimiento, esa cifra cayó a entre 2,5 y 3,5 meses para las generaciones más recientes.
Además, uno de los resultados más llamativos del estudio es la predicción de que quienes nacieron en 1980 — pese a haber vivido bajo avances médicos, tecnologías y sistemas sanitarios modernos — no alcanzarán los 100 años como promedio de su cohorte. De hecho, los investigadores sostienen que ninguna de las cohortes estudiadas logrará ese hito como valor medio, incluso en los escenarios más optimistas que incorporen posibles innovaciones médicas aún desconocidas.

Vejez
¿Por qué se frena el progreso en longevidad?
Los autores atribuyen esta desaceleración a varias causas convergentes: Primero, muchos de los grandes “saltos” en esperanza de vida ya se lograron en el siglo XX gracias a mejoras en sanidad, controles de infecciones, higiene pública, nutrición y políticas de salud pública. Ahora, el margen para nuevos avances relevantes es mucho más estrecho.
Además, las muertes precoces por enfermedades infecciosas han sido prácticamente controladas en muchos países desarrollados, y la mortalidad infantil es ya muy baja. Esto implica que las “ganancias fáciles” ya están consolidadas y lo que resta es abordar enfermedades crónicas — cáncer, afecciones cardiovasculares, diabetes — cuyo control es más complejo y de impacto gradual.
Por otra parte, el estilo de vida contemporáneo con factores de riesgo como sedentarismo, obesidad, tabaquismo (en quienes aún lo practican), hipertensión y otros hábitos poco saludables representa un desafío constante para la salud a mediano y largo plazo. Aunque muchas de estas condiciones pueden prevenirse o manejarse, su presencia limita el avance de la longevidad promedio.
Finalmente, los investigadores subrayan que el progreso en medicina preventiva, diagnósticos tempranos y terapias modernas aún no es suficiente para compensar la tendencia de desaceleración: “puede que haya centenarios, pero el promedio no llegará”, advierten.
Consecuencias para políticas públicas y sociales
Este nuevo panorama plantea retos importantes para los gobiernos, sistemas de salud y planificación social: Si la esperanza de vida no va a seguir creciendo exponencialmente, los esquemas de pensiones, jubilaciones, seguros de salud y ahorro a largo plazo necesitan adaptarse. Las proyecciones basadas en una vida larga “asegurada” pueden resultar insostenibles en el futuro.
Los autores sugieren que los resultados del estudio deben servir como una herramienta de planificación: ajustar los recursos según expectativas más realistas y reforzar las inversiones en prevención, educación sanitaria y equidad de acceso a servicios médicos.
A nivel individual también hay lecciones: es más importante que nunca cuidar los factores de riesgo (alimentación, actividad física, control médico) y adoptar estrategias de prevención proactiva. Aunque no garantiza alcanzar los 100 años, mejora significativamente la calidad de vida y la longevidad individual.
Expertos en envejecimiento y salud pública ya han comenzado a debatir estas conclusiones. Algunos apuntan que el estudio puede ayudar a frenar el optimismo irrealista de “vivir para siempre” con la tecnología, y redirigir los esfuerzos hacia intervenciones más prácticas. Y otros advierten que aún hay potencial de innovación (terapias genéticas, medicina personalizada, nanotecnología) que podrían alterar las proyecciones si se consolidan en las próximas décadas. En ese sentido, muchos científicos y filósofos del envejecimiento proponen cambiar el enfoque: no solo perseguir que vivamos muchos años, sino que esos años sean saludables, con autonomía, con propósito y sin sufrimiento.