¿Por qué mentimos? La verdad incómoda detrás de nuestras pequeñas (y grandes) trolas
Mentimos más de lo que creemos, incluso cuando prometemos que iremos “con la verdad por delante”. Desde excusas de última hora hasta historias inventadas para quedar mejor, las mentiras forman parte de nuestra vida diaria. Pero… ¿por qué lo hacemos? La ciencia tiene respuestas, y no siempre nos dejan en buen lugar.

El ego es un experto embustero. Queremos parecer más listos, más guapos o más interesantes.
Barcelona - Publicado el
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Para empezar, mentimos porque somos seres sociales. Y eso implica mantener la paz, evitar conflictos o caer bien. La típica “qué bien te queda ese corte de pelo” cuando sabemos que la peluquería ha sido un crimen capilar es un clásico. No queremos hacer daño, así que recurrimos a la llamada mentira piadosa. Es nuestra manera de suavizar la realidad cuando creemos que puede doler más que ayudar.
También mentimos para encajar. Decir que hemos visto esa serie de moda o que sabemos quién es ese artista del que todos hablan aunque no tengamos ni idea. Nuestro cerebro nos anima a proteger nuestra imagen, a veces incluso más que la verdad.

Además, exagerar logros o inventar pequeñas heroicidades sirve para elevar la autoestima.
El ego manda (y mucho)
El ego es un experto embustero. Queremos parecer más listos, más guapos o más interesantes. Cuando nuestro orgullo está en juego, la mentira aparece como un maquillaje invisible. “Tengo nivel alto de inglés” y luego tu vocabulario se basa en “hello”, “bye” y “wifi password”.
Además, exagerar logros o inventar pequeñas heroicidades sirve para elevar la autoestima. ¿Te acuerdas cuando dijiste que habías hecho 50 flexiones, pero la realidad fueron 7 y media? No estabas engañando al mundo, estabas dándole un empujón a tu propio Yo.
La mentira como mecanismo de defensa
A veces mentimos por pura supervivencia emocional. Negar que hemos sido responsables de un error o buscar una excusa para evitar una bronca épica es una estrategia para protegernos. Nuestro cerebro activa un “modo defensa” y la mentira se convierte en el escudo perfecto.
Incluso los niños lo hacen desde muy pequeños, no porque sean malévolos, sino porque descubren que alterar los hechos puede librarles de un castigo o conseguir un deseo. Es un aprendizaje natural como aprender a caminar. Y algunos adultos nunca abandonan la técnica.
El miedo es la fábrica de excusas
El miedo es uno de los mayores motivadores del engaño. Nos aterra la desaprobación, el fracaso, la soledad o las consecuencias de nuestros actos. Así que construimos historias para que la realidad sea más amable. “El metro se ha parado”, “el móvil se quedó sin batería”, “el perro se comió el informe”… excusas que todos hemos escuchado o lanzado al aire alguna vez.
Mentir nos permite cambiar el guion en situaciones incómodas. ¿Qué preferimos? ¿Decir que hemos llegado tarde por vaguear cinco minutos más en la cama? Mejor culpar al tráfico. Siempre funciona.

El miedo es uno de los mayores motivadores del engaño.
Mentimos porque podemos… y porque funciona
El ser humano es creativo por naturaleza. Y la mentira, en esencia, es una creación. Nuestro cerebro es capaz de deformar recuerdos hasta creerlos reales. A este fenómeno se le llama criptomnesia, y consiste en recordar cosas ajenas como propias sin darnos cuenta. O sea, el perfecto aliado del autoengaño.
Y sí, el autoengaño también cuenta como mentira. Convencernos de que mañana empezamos la dieta o de que ese gasto era “necesario” es parte del pack. No es maldad, es supervivencia emocional.
Entonces… ¿somos todos unos mentirosos?
La respuesta corta: sí. La larga: sí, pero con motivos. Mentir es parte de nuestra naturaleza. Aunque nos hayan enseñado que es malo, la realidad es que sin las mentiras la convivencia sería muchísimo más incómoda, las relaciones más tensas y nuestra autoestima un campo de batalla constante.
Eso sí, hay una línea que no conviene cruzar. Las mentiras pueden sostener una vida… pero cuando empiezan a ser más grandes que la propia realidad, el castillo se derrumba.
Así que la próxima vez que te salga una mentirijilla, pregúntate: ¿realmente hace falta? A veces decir la verdad también sienta de maravilla. Pero claro, ahí ya depende de si te apetece o no meterte en un lío.



