«Virgen del Pilar, Madre de la Iglesia peregrina»
Mensaje semanal de Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, para el domingo, 12 de octubre de 2025, XXVIII del Tiempo Ordinario

Mensaje del arzobispo de Burgos
Burgos - Publicado el - Actualizado
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Queridos hermanos y hermanas:
En esta fiesta luminosa de la Virgen del Pilar, la Iglesia que peregrina en España detiene sus quehaceres para contemplar el misterio de María, en su advocación más antigua y, a la vez, más nueva. Porque Ella, columna firme, excelsa e incorruptible, sostiene nuestra fe y nos recuerda que el Evangelio no se edifica sobre arenas movedizas, sino sobre la roca de Cristo. Él, al pie de la Cruz en brazos de su Madre, proclama que la Iglesia no se derrumba porque su cimiento es el Amor Resucitado.
El libro del Éxodo evoca cómo el Señor iba delante de su pueblo en columna de nube durante el día para señalarles el camino y en columna de fuego por la noche para alumbrar sus pasos (cf. Ex 13, 31). Ahora, María, quien quiso dejar entre nosotros un signo de su presencia maternal, aparece como columna de la nueva alianza, guiando a sus hijos amados en la noche del mundo y en la aurora de la misión.
La fiesta del Pilar es, también, el día de la Hispanidad: una comunión de pueblos unidos por la lengua, la cultura y la fe cristiana, que forman –a la luz de un solo abrazo– una gran familia espiritual.
Esta realidad, nacida del Evangelio y sostenida por la gracia, va entretejiendo las almas que se contemplan bajo la mirada de María para reconocerse hermanas, porque un mismo Dios las ha redimido. Así lo reconocía el Papa san Pablo VI, cuando señalaba que «evangelizar no es llevar una civilización ajena», sino «transformar desde dentro las culturas, asumiendo todo lo humano y elevándolo» (Evangelii nuntiandi, n. 20).
Por ello, hemos de conmemorar el primer anuncio del Evangelio en América como una siembra abundante, donde brotaron nuevas realidades fruto del mestizaje y donde la Palabra echó raíces profundas y floreció en expresiones de fe, esperanza y caridad.
Hoy celebramos esta comunión misionera, que cada vez se hace más patente en la Iglesia. En muchas de nuestras parroquias, comunidades y seminarios, nos encontramos cada día con infinidad de rostros, voces y acentos de América Hispana que reavivan nuestra fe y nos enseñan a rezar con más corazón y a celebrar el misterio del amor de Dios.
También san Juan Pablo II, el incansable sembrador de la Buena Nueva, decía que la Iglesia «es misionera por naturaleza» y que «las Iglesias jóvenes pueden y deben evangelizar también a las antiguas» (Redemptoris missio, n. 2, 52). Esta reciprocidad es, sin duda alguna, un signo del Espíritu, que continúa soplando donde quiere como corriente viva que mana sobre los pueblos para enriquecerse mutuamente.
Nuestra Madre, la Iglesia, al acoger este sentir fraterno, se edifica y se embellece. Al calor de esta promesa de comunión, se cumple la profecía de Isaías: «He aquí que pongo en Sion una piedra probada, angular, preciosa, como cimiento firme» (Is 28, 16). Y, de modo análogo, quien se apoya en María, se pone en camino, como Ella, a realizar el designio de salvación de Dios.
Esta maternidad de María «perdura sin cesar en la economía de la gracia»; Ella «continúa desde el cielo cuidando con amor maternal a los hermanos de su Hijo» (Lumen gentium, n. 62). Así hoy, al celebrar a la Virgen del Pilar, conmemoramos también el misterio insondable de la Iglesia madre y misionera que engendra, cuida y educa en la fe.
Que esta fiesta nos impulse a renovar nuestra gratitud a Dios por el don de la fe y por la comunión que une a todos los pueblos hispanos. Pidamos juntos a la Virgen del Pilar que nos libre del desaliento y nos enseñe a reconocer en cada hermano la imagen escondida de su Hijo. Santa María del Pilar, ¡ruega por nosotros!
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.
+ Mario Iceta Gavicagogeascoa
Arzobispo de Burgos