Las granjas del futuro ya han llegado a Cantabria: "Merece la pena"
Álvaro Pereda pertenece a la cuarta generación de ganaderos de una familia que ha dedicado su vida al sector primario

Santander - Publicado el
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En una mañana que huele a hierba recién cortada y a historia viva, los aledaños de la Granja Arrabal, en Renedo de Piélagos, despiertan entre nieblas y mastines que aún custodian el ganado como hace un siglo. Sin embargo, el retrato es distinto si se observa con los ojos bien abiertos. Porque detrás de los prados verdes y las montañas eternas, la Cantabria ganadera enfrenta una tormenta silenciosa: menos vacas, menos ganaderos, más máquinas… y un futuro incierto. La revolución tecnológica ha llegado también al campo cántabro. Hoy, en muchas explotaciones lecheras de la región, ordeñar ya no requiere manos curtidas por el frío, sino tabletas y sensores que vigilan la salud de cada animal con precisión quirúrgica. Robots ordeñadores, collares inteligentes, software de gestión… herramientas que prometen eficiencia, pero que también cambian el alma del oficio. “Esto es el futuro, yo he invertido más de un millón de euros y merece mucho la pena”, dice Álvaro Pereda, ganadero de cuarta generación en Piélagos, mientras revisa en su móvil los niveles de rumia de sus vacas. “Pero el problema es que, para muchos, este futuro ya no merece la pena”, manifiesta Pereda. Y es que la paradoja de Cantabria rural es brutal: nunca hubo tanta tecnología… y tan poca gente dispuesta a quedarse. En la última década, el número de ganaderos de leche en la región se ha desplomado más de un 40%. En pueblos como Ruente o Campoo de Enmedio, se cierran establos casi al mismo ritmo que se levantan casas rurales o se alquilan cabañas por Airbnb.
sin relevo generacional
El relevo generacional se ha convertido en el talón de Aquiles del sector. Los hijos de los ganaderos, muchos formados en universidades o ya insertos en sectores urbanos, no quieren volver al campo. No es solo una cuestión económica, es cultural. “La vida en el campo ya no es compatible con lo que los jóvenes quieren”, reflexiona Pereda.
“El trabajo es duro, solitario, con horarios esclavos. La tecnología ayuda, sí, de hecho, si mis abuelos levantaran la cabeza, no se creerían en lo que se ha convertido la granja a día de hoy, pero hay muchos jóvenes que ni siquiera saben que siguen existiendo familias como la mía, dedicadas a esto”, comparte Álvaro. El Gobierno regional ha impulsado programas de digitalización rural y ayudas a la modernización, con resultados dispares. La inversión llega, pero el corazón del problema no es solo técnico, sino humano. ¿Quién quiere quedarse cuando todos los caminos parecen llevar fuera?
Una identidad en juego
La desaparición progresiva de los ganaderos no es solo una cuestión económica o productiva. Es una grieta en la identidad misma de Cantabria. ¿Qué será de las pasiegas sin pasiegos? ¿Qué sentido tendrá el queso de nata sin leche cántabra? ¿Qué futuro aguarda a los valles si nadie los habita? Frente al vaciamiento, surgen iniciativas valientes: cooperativas jóvenes, ganaderos que apuestan por la venta directa, proyectos agroecológicos que quieren reconciliar tradición y futuro y programas como el que está llevando a cabo Álvaro: "Estamos trabajando de la mano con colegios y diferentes organizaciones para acercar nuestro día a día a los más jóvenes. Son ellos los que tienen la llave para que los números no sigan descendiendo. Si conseguimos que algún niño vea lo que es una ganadería, ya es un triunfo". Pero aún son islas en un océano que se encoge. Desde los Picos de Europa hasta la costa oriental, Cantabria observa con dolor cómo se apagan las luces de las cuadras, mientras las pantallas se encienden. La tecnología avanza, pero no puede ordeñar la nostalgia ni frenar el silencio que se extiende por los campos. Y así, entre innovación y abandono, el campo cántabro transita su siglo XXI: con esperanza, sí, pero también con heridas que ni los drones ni las aplicaciones podrán curar.