En realidad, todas las mieles que no estén procesadas tienen grandes propiedades curativas y medicinales, con lo que lo mejor es decantarse por la miel cruda. A partir de ahí, la miel se diferencia una de otra por unas propiedades más específicas que vienen determinadas, sobre todo, por su color. Por ejemplo, la miel clara, como la de romero es más rica en vitamina A que es necesaria para la formación y el mantenimiento de las células epiteliales, el crecimiento óseo y la regulación de la piel y las mucosas. La miel de romero también es muy aconsejable para tratar úlceras de estómago y problemas de higado. Entre las mieles de color claro también encontramos la miel de trébol, un producto muy energizante para combatir la fatiga.

Por otro lado, encontramos mieles más oscuras, más rojizas con un gran poder antibacteriano y que suponen un buer aporte de minerales, como el hierro, el magnesio o el fósforo. Aportan además grandes cantidades de vitaminas B y C, que ayudan a mantener en buen estado el funcionamiento del corazón, el sistema nervioso y el sistema digestivo. Son mieles así mismo con un gran poder antioxidante y que contribuyen a la formación del colágeno. Entre las mieles más oscuras encontramos la miel de brezo, la miel de pino o la miel de eucalipto, en definitiva, toda miel que provenga de árboles. Si hablamos, por ejemplo, de la miel del eucalipto, ésta es muy aconsejable para aliviar cualquier enfermedad de las vías respiratorias como la bronquitis, la tos o la farigitis, además de ser un producto natural con una potente acción antiséptica y anfiinflamatoria. Las abejas producen estas mieles cuando liban de las flores de estos árboles. Se trata de ir probando distintos tipos de miel con sus diversos y aromáticos sabores y cual de ellas viene bien a nuestras necesidades medicinales.