LA CRÓNICA

Torrecilla gastó todas las vidas

El periodista de COPE Carlos Llamas reflexiona sobre la labor del director deportivo y el cambio que impulsa el Sporting para adherirse aún más a Mareo.

Miguel Torrecilla, en una rueda de prensa en El Molinón

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

6 min lectura

Cuando Mareo se integre a la nueva normalidad, Javier Rico se sentará en un despacho que conoce bien. Allí, como miembro de la agencia de representación 'Promoesport', protagonizó varias negociaciones en los últimos años con Miguel Torrecilla, Nico Rodríguez o Raúl Lozano, entre otros. A partir del próximo mercado de fichajes, será él, buen conocedor del fútbol en todas sus fases, quien reciba a otros interlocutores para estrenar su flamante cargo en la dirección deportiva del Sporting.

Los dirigentes rojiblancos, con esta iniciativa, apagan el fuego que más ardía en las últimas temporadas. El método para extinguirlo muestra un cambio drástico en el perfil del responsable deportivo. El Sporting presentó a Miguel Torrecilla presumiendo del currículum del técnico salmantino; inaccesible, parecía, en aquellos días posteriores al último descenso. En la carta de presentación de Rico, el club se ha cobijado en su "apuesta por la cantera como base de la estrategia deportiva de la entidad", potenciando la filosofía de Mareo en la que se apoya el Sporting como forma de recuperar su sitio en el fútbol.

La decisión, en primer lugar, atraerá la calma de un cambio tranquilo, demandado por muchos sectores, y ejecutado en un inicio de mayo sin pasiones futbolísticas. El club rojiblanco gana sosiego y tiempo, porque el fútbol no se detiene y el verano llegará con una transición veloz entre temporadas que precisará de unas estructuras con bases sólidas.

Tan cierto es que el Sporting renuncia a la posibilidad de renovar a Miguel Torrecilla como que el director deportivo veía su continuidad como una quimera, con la vista dirigida ya a otros mercados foráneos donde poder resarcirse de la ruptura rojiblanca. "Ambas partes entendimos que era lo mejor para las personas y, sobre todo, para el club", explican en Mareo. El final de la 'etapa Torrecilla' aleja el deseo del presidente de dar continuidad a un proyecto que apoyó sin fisuras, pero con un reciente desencanto que ha enterrado la relación. Durante el último mercado de invierno, el Consejo observó con preocupación la reducción de prestaciones del director deportivo, aquejado por la desafección de la grada y ya pensando en una despedida próxima.

A Torrecilla, extremadamente cortés en la distancia corta, siempre le acompañó una fría acogida por parte del entorno rojiblanco. La afición no se vio representada por él. No hubo conexión. Tampoco con la prensa. Torrecilla se mostraba tan cercano en los encuentros informales con periodistas, en los saludos protocolarios en Mareo, como inaccesible a la hora de ceder o confirmar una información. De su despacho, de su teléfono, no surgió una relación fluida con los medios, bajo la premisa profesional de no empantanar aún más las siempre difíciles relaciones entre los distintos agentes del fútbol. El periodismo requiere de cierta familiaridad con los protagonistas de sus informaciones. Sin esta, las distancias se agigantan y los juicios negativos aumentan. Al informador le agrada sentirse bien recibido por su interlocutor, pero al director deportivo no le hería la crítica y rechazó responder con una mayor cercanía necesaria en según qué ámbitos. Solo las victorias le librarían de la quema.

Los resultados, por supuesto, hicieron el resto. Su primer proyecto, sustentado en una fuerte economía, reunió una plantilla de calidad acorde con la exigencia pero descabalgada del ascenso a última hora. En cada verano, Torrecilla se corrigió en los despachos para impulsar operaciones muy beneficiosas. Los consejeros halagaban su agenda. Para los siguientes retos, en lo deportivo, hubo vaivenes en la forma de afrontarlos, apuestas divergentes; fichajes, o quizá rendimientos, sea como fuere, fallidos. Dio la sensación de que Torrecilla, desdibujado, se alejaba cada vez más del Torrecilla que fichó el Sporting. Incómodo en sus últimas apariciones públicas, incluso acompañado de ademanes irascibles, cada nueva comparecencia solo servía para comprobar que ya no habría posibilidad de retorno. Ni él quería ni a él le querían. La pelota tampoco quiso.

Para un estudioso de la envoltura de su profesión, esmerado cuidador de detalles, sorprendió ver cómo su comunicación le fue alejando a base de frases que, después, repetidas por los críticos y, a veces, deliberadamente alejadas de su contexto, le persiguieron hasta el último día. Torrecilla intentó ganar el terreno perdido: concedió entrevistas, se puso la sudadera del Sporting, se apoyó en los eslóganes de Mareo. Aún faltan respuestas para entender qué quiso conseguir con aquella intervención de fin de curso en El Molinón. Los resultados siguieron sin llegar y él nunca superó la fama de foráneo que le ha perseguido. Si el Sporting tropezaba, daba igual el día, Torrecilla recibía la mayor carga de culpabilidad. Como si fuera un hereje de la cultura rojiblanca.

Se comenzó a sugerir que sus decisiones ya no eran solo suyas, que a Torrecilla le controlaban su zona de influencia. No hay manera más atinada de sabotear el trabajo de un profesional que despreciando su peso en el ecosistema laboral. Al menos, sí es cierto que se puede dudar de si el primer Torrecilla que fichó el Sporting habría comandado algunas directrices del último verano. Pero aquéllos que le apuntaron la responsabilidad de los dos primeros años, ampliamente merecida, también estaban preparados para, bien pronto, culparle por el tercero, a pesar de haber secundado gran parte de la demanda colectiva en forma de entrenador y jugadores de la casa.

Ahora, el Sporting encomienda a Javi Rico la necesidad de mostrar su profunda convicción en Mareo. Sin herejes que se vistan de rojiblanco. Producto autóctono para combatir a los descreídos, apagar el fuego de Torrecilla, conseguir más fieles y profundizar en un modelo que el presidente defiende con bravura. La presencia de Manu García, el regreso de Joaquín Alonso y la irrupción de nuevos talentos constituyen una base sólida sobre la que crecer. Pero bien saben todos que sin resultados no habrá estrategia deportiva ni sentimiento de pertenencia de los que presumir ni apoyo popular.

Torrecilla, escrito ya en pasado, había gastado todas las vidas disponibles. Creó tres versiones diferentes, pero las consecuencias alejaron el ascenso, único objetivo para el que fue solicitado. Cuando más intentó mostrarse cercano, a veces de forma poco natural, más rechazo recibió. Porque el balón seguía sin entrar. Sin goles, sin alegrías, por más que se cambiara de ropa seguiría siendo un trabajador en Mareo, y no de Mareo. Suficiente argumento, en épocas con pocos triunfos que llevar a la boca, para alimentar la censura a su trabajo. Algunas pancartas, los insultos en Lugo o Santander y las críticas recibidas en presencia de familiares le mostraron la puerta de salida. Miguel Torrecilla se aleja de Gijón tras un contraste abismal entre las expectativas, el método y los resultados, aunque, tras el confinamiento, quién sabe, el fútbol aún puede ofrecerle el objetivo del ascenso perseguido entre el ruido, las decepciones y, en general, días poco felices en El Molinón.

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