
Jaén - Publicado el - Actualizado
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La pandemia del coronavirus nos ha ayudado a pararnos a reflexionar. No sólo para intentar conseguir lo antes posible una vacuna, sino, lo que es tanto o más importante, para encontrar un sentido a este sufrimiento. Algunos se cuestionan: si Dios existe, cómo puede permitir esta situación. Ante la dificultad de encontrar una respuesta, existe la tentación de caer en un pesimismo nihilista. Es célebre la pintada: “Dios ha muerto (Nietzsche)”; para acto seguido replicar con distinta grafía: “Nietzsche ha muerto (Dios)”. Como las respuestas humanas no acaban de convencer completamente, hay quienes intentan encontrar una respuesta en el último libro de la Sagrada Escritura, el Apocalipsis (del griego Revelación), que anticipa una serie de sucesos que tendrán lugar al final de los tiempos. Su autor, el mismo que el del cuarto Evangelio, es el apóstol Juan, que lo escribió por inspiración divina en el año 96 de la era cristiana, en una visión en la isla de Patmos del mar Egeo. Sería una equivocación fijarse sólo en un análisis catastrofista (apocalíptico en su acepción negativa), cuando el mensaje que se comunica fundamentalmente es de esperanza. La rica simbología escatológica de este texto profético y auténtico, invita a su estudio e interpretación en estos momentos críticos; puede aportarnos una visión teológica de toda la Historia, subrayando el aspecto trascendente y religioso.
En este Libro en el que Jesucristo revela el fin de los tiempos, el número siete (para los judíos indica perfección) está presente hasta en siete ocasiones: las siete cartas a las correspondientes Iglesias de Asia Menor; los siete sellos; las siete trompetas; las siete visiones de la Mujer; las siete copas con sus siete plagas; los siete cuadros sobre la caída de Babilonia y las siete visiones del fin. En la cultura popular ha arraigado la figura de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, asociada a la apertura de los cuatro primeros sellos del libro; éstos sólo pueden abrirlos el Cordero (Jesucristo). Los jinetes cabalgan en cuatro caballos de color blanco, rojo, negro y macilento. Cada uno representa respectivamente la victoria (corona), la guerra (espada), el hambre (balanza) y la muerte (demacrado). Al desvelar el contenido de los sellos, se indican las desgracias que afligen a la humanidad, causadas por los desastres naturales y las plagas anunciadas por las siete trompetas; éstas provocan los tres ayes en señal de queja ante semejante tribulación. Salvando las distancias, algunos pretenden encontrar la respuesta a la actual crisis sanitaria (por el elevado número de muertos y la devastadora recesión económica) en este relato profético. Surge la pregunta de si lo que estamos viviendo es un castigo divino o simplemente una prueba más, como otras muchas padecidas a lo largo de la historia. El Apocalipsis puede arrojarnos luz sobre todos estos interrogantes, cuando nos muestra la existencia del mal y el pecado en el mundo, y la actuación libre del hombre. De ahí que, ahora como entonces, continúe librándose una batalla sin tregua entre las fuerzas del bien, formadas por el Cordero y su séquito, contra los poderes del mal, liderados por la serpiente (coincidencia entre el último y el primer libro bíblico).
El mal está representado por el Dragón que lucha contra una Mujer que da a luz un Niño; a su vez, convoca a dos Bestias que le sirven. La Bestia cuya numeración es el 666 (el seis es señal de imperfección, al ser inferior al 7; en este caso de triple imperfección), sostiene junto el Dragón a la Ramera (la Gran Babilonia). Estos aspectos que parecen estar sacados de una de las películas de George Lucas sobre “La guerra de las galaxias”, fueron revelados miles de años antes, con un guion más convincente al estar basados en la verdad histórica. La batalla final se libra en un lugar llamado Armagedón, en el que Cristo entra montado en un caballo blanco para vencer definitivamente al Dragón, que había reunido a todas las naciones representadas por Gog y Magog. El Apocalipsis representa un canto a la esperanza, porque “cayó, cayó la Gran Babilonia” y se proclama la victoria del Cordero y sus elegidos sobre el mal. Al final, el Bien vence al mal, y se instaura la nueva Jerusalén celestial con el Señor de señores y el Rey de reyes.



