OPINIÓN

Ad Libitum con Javier Pereda. Hoy: El cuarto Poder

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Redacción COPE Jaén

Jaén - Publicado el - Actualizado

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El 3 de noviembre de 1948, un día después de las elecciones norteamericanas, el periódico “Chicago Tribune” publicaba en la primera plana de su edición: “Dewey derrota a Truman”. Este diario, que mostraba poca simpatía por el candidato demócrata, antes de que finalizara el conteo de votos se aventuró a manifestar sus deseos. El resultado electoral dio vencedor a Truman frente al republicano Dewey —gobernador de Nueva York— por una diferencia de 303 a 189 votos electorales. Cuando el director editorial quiso corregir el error, ya era tarde, se había realizado una tirada de 150.000 ejemplares. Otros informativos, como el “Journal of Commerce”, también cometieron esta misma equivocación al indicar que la presidencia de Dewey era “inevitable”; quizá por guiarse de las encuestas mayoritarias.

En las elecciones presidenciales de 1960, el “New York Times” llevó a la rotativa el titular: “Nixon, presidente electo”. Su rival, John F. Kennedy se impuso por 303 votos en el colegio electoral frente a los 219 de su oponente, con un estrecho margen de 113.000 votos, de entre los 69 millones emitidos. Nixon escribió en sus memorias: “Hubo informaciones de fraude electoral masivo en Chicago… El director del “Whashington Post”, Benjamin Bradlee, dijo que Kennedy había llamado al alcalde de la ciudad en la noche electoral; éste le informó: “Señor presidente, con un poco de suerte y la ayuda de un puñado de amigos se va a llevar usted Illinois”. Nixon reconoció en seguida los resultados con un telegrama de felicitación a Kennedy, pero su equipo impugnó el resultado, sólo para ver cómo lo rechazaba el juez Kluczinsky. Después de las denuncias del fiscal federal contra 650 funcionarios electorales de Illinois y la condena de prisión de tres empleados, el “Chicago Tribune” concluyó ante el flagrante fraude que “Nixon fue privado de la victoria”.

El candidato republicano reconoció no haber adoptado las precauciones necesarias para evitar el fraude en Texas, Illinois y otros nueve estados. En sus memorias lo explica mejor: “Un recuento llevaría medio año, durante el cual la legitimidad de la Presidencia de Kennedy estaría en cuestión. El efecto sería devastador para las relaciones exteriores de EEUU. Yo no podía poner al país en esa tesitura”. Después de las elecciones presidenciales de la semana pasada, se han alzado muchas voces aconsejando al presidente electo y en ejercicio de los EE.UU., Donald Trump, para que no se rinda y continúe dando la batalla judicial por su presidencia. La opinión publicada —con unanimidad tendenciosa—, daba como vencedor y por goleada al veterano Joe Biden; para ello, esgrimían la mayoría de los estudios demoscópicos que, a la vista de los resultados, han vuelto a errar. El Senado —institución decisiva para los “checks and balances”— sigue comandado por los republicanos; y en la Cámara de Representantes se han estrechado las diferencias. A los dos días de los comicios, pese a la existencia de demandas judiciales e irregularidades flagrantes (v.g. los 138.339 votos de golpe en Michigan sólo para los demócratas), el “cuarto poder” —en expresión de Thomas Macaulay— anunciaba el ganador de las elecciones.

Tan es así, que las televisiones norteamericanas —en manos de los progresistas— han tenido el atrevimiento de cortar una emisión en directo del presidente, la mayor autoridad de Estados Unidos. Esgrimen que éste miente —actúan como juez y parte—, cuando su orientación a favor del voto demócrata ha sido obscena. Con esta neutralidad entusiasta han actuado Twitter o Facebook en apoyo del candidato demócrata. Se ha vuelto a repetir la campaña periodística anti Trump de 2016. Por el contrario, en la revista neoyorquina de política “National Review”, el periodista Andrew McCarthy encarecía al hasta ahora presidente Donald Trump a no actuar como Richard Nixon. En el Instituto Gatestone, Chris Farrell, insta al único presidente a que deje de jugar al golf, porque “is not over” (esto no ha terminado); que le están robando las elecciones a la vista de todos y que supere el “fait accompli” (hecho consumado) del “mainstream” (corriente popular mayoritaria), él que ha tenido a gala contrarrestar la corrección política. La estrategia republicana —con el abogado y exalcalde Rudy Giuliani— consiste en que si para el 8 de diciembre los colegios electorales no pueden certificar los resultados, se votaría por estados. Entonces, ganaría el neoyorquino al pensilvano.

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