
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Al terminar el desayuno nos topamos con los tocones de los árboles en los Jardinillos. Será mi estado de ánimo, pero como consecuencia de la poda salvaje de cada año los troncos se me asemejan postes de fusilamiento donde han atado a Casa Paco cerrado para siempre. A la izquierda, donde otrora estuvo Furnieles, los de Prenatal han colocado carteles de liquidación. Ignoro si con este negocio ha sucedido como en el chiste del que arrancó los olivos para plantar perejil porque se enteró de que en el mercado lo pedía todo el mundo. Puesto que criaturas siguen naciendo, aunque menos, supongo que el franquiciado se jubila o no puede tirar con el alquiler. En la entrada de la calle San Clemente -les recuerdo, dilectos oyentes, que es peatonal- siempre hay coches aparcados con los cuatro intermitentes puestos. Mi reconocimiento a los fabricantes por la eterna duración de las lámparas y los fusibles de los automóviles. Pim, pim; pim, pim, sin fundirse jamás. También es habitual encontrar furgonetas a las que las zonas de carga y descarga les pillan a veinte metros y no es plan de jugarse la ciática en un esfuerzo.
La calle San Clemente es la antítesis de una calle comercial. Unas vallas, que por su longevidad llevan camino de incorporarse a los fondos permanentes del Museo Ibero, acotan la fachada del edificio donde estuvo el bar Cancelas. Amenaza ruina. Rectifico. Su aspecto no amenaza, sino que jura que se cae cualquier día. Hay madrugadas de viento giennense que he saltado de la cama con el móvil en ristre por ver si grabo el momento exacto del derrumbe. Que lo mismo se lo vendo a alguna televisión por cantidad suficiente para invitar un año entero a mis compadres de la COPE.
Las monjas del Santísimo están rodeadas de albañiles y máquinas excavadoras. Sin que haya ninguna consideración para los jubilados. Hay que ponerse a recoger firmas para que el Ayuntamiento o la promotora monten unas gradas -cubiertas y con calefacción, por supuesto- desde donde poder echar las mañanas viendo cómo avanzan las obras del solar de Simago.
En la Plaza de las Palmeras sigue poniendo mesas y toldos para los clientes que todavía no han llegado. Gente sólo hay alrededor del repartidor del periódico gratuito “Viva Jaén”. Los pensionistas hacen cola en la puerta de Cajasur. Los muy intransigentes no se quieren acostumbrar a la banca electrónica.
Queda todavía otro capítulo de este viacrucis. Si les parece, lo dejamos para la semana que viene. No pretendo amargarles más todavía la mañana.
Palabras, divinas palabras.