Hay guitarristas que ofrecen un sonido prácticamente impecable y además cuando van interpretando recuerdan muchas de las historias que hemos oído sobre Paganini, porque por momentos parece imposible que lo que estemos escuchando obedezca a algo normal, debido a la destreza con la que permiten oír pasajes que son muy complicados y en los que ellos arriesgan con un brillante resultado. Es el caso de Jerónimo Maya, con una fuerza, técnica y vitalidad impresionantes. Si a ello le unimos la versatilidad de un compositor que presenta obras que son trabajos pendientes de su edición, el resultado es un concierto espectacular.

El artista madrileño ha actuado en la Peña de la Platería, con su imponente escenario donde el paisaje constituye un telón de fondo excepcional y expresaba de manera verbal su rotundo cariño a Granada, ciudad con la que se encuentra vinculado familiarmente. Lo suyo pretendía ser un eco de la presencia de su antepasado Ramón Montoya en le Concurso del Cante Jondo del 22, pero superó con creces las expectativas. Arrancó con una profunda soleá y dio paso al percusionista Cheyenne que apareció en varias ocasiones más sobre el escenario, con una conjunción extraordinaria y mostrando el dominio que tiene sobre el cajón. Llegaron luego la bulería, los tarantos y de nuevo unas bulerías con las que daba por concluida la primera parte de su concierto.

En la reanudación, tras haber dejado el listón muy alto, la expectación había crecido. Para nada defraudó. Los fandangos de Huelva fueron conmovedores, la seguidilla de un sentimiento máximo, la alegrías vitalistas y para concluir unos apreciados tangos. Pero la insistencia del público, con sus sinceros aplausos, le llevaron a ofrecer un bis por bulerías de máximo rango. Para ellas solicitó la guitarra que había utilizado en la primera parte, puesto que interpretó el recital con dos instrumentos, dependiendo de la afición de las obras. Todos los temas interpretados pertenecen a su próximo disco titulado Pureza y Solera. El recital dejó entre los aficionados el sabor de un acontecimiento difícilmente superable, como denotaban los comentarios que expresaban al término del espectáculo.