Sabía que iba a morir y lo convirtió en esperanza: "La última lección de mi hija María Jesús”
Su historia no terminó con su muerte porque vive en quienes recibieron sus órganos

Eugenio Aroca, nos cuenta la historia de su hija María Jesús
Córdoba - Publicado el - Actualizado
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Eugenio Aroca perdió a su hija María Jesús en octubre de 2024, pero desde entonces no ha dejado de hablar de ella, de su historia, de su legado. Porque María Jesús no solo dejó una familia rota por el dolor, también dejó vida. La suya, que ya no podía continuar por culpa de la ELA, se transformó en la de otros cinco pacientes que hoy viven gracias a la generosidad con la que ella quiso marcharse.
En mayo de 2019, cuando tenía solo 37 años, le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica. Fue un mazazo. Pero María Jesús, lejos de hundirse, lo tuvo claro desde el principio: si su cuerpo ya no iba a servirle para vivir, serviría para que otros vivieran. A las dos semanas del diagnóstico, ella y su familia acudieron al Hospital Reina Sofía de Córdoba para informarse sobre el proceso de donación de órganos. Quería saber qué pasos debía seguir, qué decisiones tomar con tiempo, sin prisas ni presiones.
Y así lo hizo. Dos años después ya tenía hecho su testamento vital. Renunció a la traqueotomía, a los cuidados paliativos prolongados, y dejó constancia de su voluntad de donar. "No quería alargar el sufrimiento ni para ella ni para los suyos", explica Eugenio. En sus últimos días escribió un manifiesto en el que decía: “Hasta aquí hemos llegado”. Fue entonces cuando se activó todo el protocolo para la donación. Gracias a su decisión, cinco personas recibieron distintos órganos de María Jesús.
“Mi hija tenía una fortaleza mental extraordinaria”, recuerda Eugenio. “En sus últimas semanas no podía hablar, pero se comunicaba con nosotros gracias a un programa informático. Se despidió de su marido, de sus hijos, de mí. Fue una despedida tranquila. Tuve tiempo para prepararme, aunque un padre nunca está realmente preparado para despedir a una hija”.
María Jesús murió con 42 años. En la carta que dejó a su padre, que Eugenio ha leído en COPE, expresaba su esperanza de que sus órganos llegaran a personas con una larga vida por delante. Le preocupaba que su esfuerzo por donar pudiera ser en vano. “Ella lo decía con ese humor tan suyo: ‘me voy para el desguace’, les decía a sus amigas. Pero detrás de esa frase había una convicción muy seria: que su cuerpo podía seguir ayudando cuando ella ya no pudiera”.
Eugenio, ahora jubilado con 68 años, ha asumido una nueva misión. Da charlas, incluso en colegios, para hablar sobre la importancia de la donación. Explica que los enfermos de ELA, aunque tengan una enfermedad degenerativa, pueden ser donantes. “Sus órganos están en perfecto estado. Muchos enfermos no lo saben o creen que no pueden donar. Pero sí pueden. Y muchos quieren hacerlo. Hay muchísimas personas esperando una llamada que les dé la oportunidad de seguir viviendo, y eso solo es posible si hay quien dona”.
En septiembre, Eugenio emprenderá una nueva aventura: hará el Camino de Santiago en la iniciativa “Compostela 2025”, que llevará a 25 enfermos de ELA a recorrer parte del camino. Será un homenaje a su hija y a todas las personas que enfrentan esta enfermedad con dignidad, esperanza y generosidad.
“El diagnóstico fue hace seis años. He tenido tiempo para preparar la despedida. He llorado mucho, pero nunca delante de ella. Ella necesitaba fortaleza a su alrededor, y yo se la debía. Soy creyente, y eso también me ha ayudado. Ahora mi labor es contar lo que hizo, lo que decidió, lo que nos enseñó. Para que otros también lo hagan, para que se entienda que donar no es una pérdida, es la forma más hermosa de seguir estando”.
La historia de María Jesús no terminó con su muerte. Vive en quienes recibieron sus órganos. Y en cada charla de su padre. Porque el amor, cuando se convierte en acción, trasciende cualquier despedida.