El Obispo de Córdoba invita a “vencer el mal con el bien” en la festividad de San Rafael, custodio de la ciudad

Jesús Fernández ha centrado su mensaje en el papel de los ángeles y arcángeles como signo del bien frente al mal

Mias

Alvaro Tejero

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Fran Durán

Córdoba - Publicado el

4 min lectura

La Iglesia del Juramento de San Rafael ha acogido este jueves la solemne Eucaristía en honor al custodio de Córdoba, presidida por el Obispo, monseñor Jesús Fernández, en una jornada marcada por la devoción, la emoción y el agradecimiento. La misa ha contado con la presencia de numerosas autoridades civiles y militares, representantes de colegios profesionales y asociaciones estrechamente vinculadas a una de las devociones más arraigadas en el corazón de los cordobeses. Como cada año, la Policía Local ha realizado la tradicional ofrenda floral al Arcángel, patrono y protector de la ciudad. 

En su homilía, el Obispo ha centrado su mensaje en el papel de los ángeles y arcángeles como signo del bien frente al mal, recordando que “al celebrar a San Rafael, celebramos a un Dios compasivo y misericordioso, que por amor nos creó” y que, a través de sus ángeles, “nos guía, nos cuida y nos cura”. Según explicó, la fiesta de San Rafael es una oportunidad para reconocer la presencia constante de Dios en la vida diaria y su acción sanadora a través de estos mensajeros espirituales.

Para ilustrar esa enseñanza, monseñor Fernández evocó el pasaje evangélico de la piscina cuyas aguas tenían fama de ser curativas, donde el Ángel del Señor —identificado por la tradición como San Rafael— removía las aguas y sanaba al primero que se sumergía en ellas. En aquel lugar, narró el Obispo, había un paralítico que llevaba 38 años esperando su oportunidad sin conseguirlo. Jesús, conmovido por su sufrimiento, se acercó a él y lo curó con su palabra y su compasión.

A partir de este relato, el pastor de la Diócesis animó a los presentes a reflexionar sobre la “indolencia del ser humano ante la necesidad del prójimo” y sobre el egoísmo que impide tender la mano a quien sufre. “El Evangelio nos muestra la fuerza negativa de la indiferencia, de quienes podían acercar al enfermo al agua y, sin embargo, cerraron los ojos”, dijo. Esa misma fuerza, explicó, puede sentirse hoy en nuestras propias limitaciones o fragilidades, “cuando la envidia, el egoísmo o la soberbia se abren paso en nuestra vida y nos alejan de la compasión que Dios nos pide”.

El Obispo insistió en que el momento cumbre de la acción curativa de Cristo fue su sacrificio en la cruz, porque “estamos enfermos de un mal mortal, el producido por el pecado, y Él se ofreció al Padre para rescatarnos. Aquí estoy para hacer tu voluntad”, citó. En este sentido, subrayó que el mal existe y se manifiesta de muchas maneras —en la enfermedad, en los accidentes, en los desastres naturales—, pero que el mal más profundo, el radical, es el pecado: “Ese mal que nos lleva a actuar conscientemente contra la voluntad de Dios, haciéndonos daño a nosotros mismos y a los demás, creando un ambiente de separación con Dios, con los hermanos y con la propia naturaleza”.

En su comentario a la segunda lectura, tomada del libro del Apocalipsis, monseñor Fernández explicó la rebelión de los ángeles contra Dios y contra el Arcángel San Miguel, recordando que el demonio “no quiso inclinarse ante el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, capaz de amar, pensar e imaginar”. Por ello, fue expulsado del cielo y desde entonces “no deja de hacernos la guerra valiéndose de sus mejores armas, llevándonos a banalizar el mal y a creer que es bueno lo que nos destruye”.

Frente a ese panorama, el Obispo quiso sembrar esperanza: “La salvación viene de Dios y de sus ángeles”, afirmó, evocando la historia de Tobías, que buscó un remedio para la ceguera de su padre con la ayuda del arcángel Rafael. “Estamos convencidos de que los ángeles y arcángeles nos protegen frente al demonio y sus secuaces”, añadió, “y todos participamos en esa batalla entre el bien y el mal cuando en nuestra conciencia aparecen ángeles de luz que nos invitan a hacer el bien, aunque el demonio madrugue tanto como nosotros”.

Antes de concluir, monseñor Fernández llamó a los cordobeses a ser testimonio del bien en su entorno, imitando al Custodio de Córdoba con gestos de cercanía, consuelo y misericordia. “El Señor nos perdona siempre, sana nuestras heridas y reconduce nuestros pasos”, recordó, invitando a vivir esta solemnidad como un acto de gratitud.

“La fiesta de San Rafael —concluyó— nos ofrece la oportunidad de dar gracias a Dios por la cercanía que nos muestra a través de estos seres misteriosos, y nos estimula a ser, como él, mensajeros de bondad y esperanza en medio del mundo.”

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