Lo malo no es que se perdiera. Lo peor no es que se encajaran tres goles. Lo que más duele, lo más preocupante, es la sensación de dejá vú que nos dejó lo de ayer en El Alcoraz. Los errores defensivos, la incapacidad con el balón en los pies, la falta de profundidad, la nula capacidad de reacción, el ridículo nivel de competitividad y de rabia, la descolocación final, el desorden táctico… La nada. Síntomas parecidos a los que nos hicieron precipitarnos la temporada pasada de los puestos de ascenso hasta la zona media –por mucho que un buen tramo final nos colara en play-off-. ¿Por qué perdimos así ayer? Hay dos respuestas –obviando los elementos antes relatados-: por un lado, porque no jugamos como un equipo; por el otro, porque no tenemos ni de lejos la misma pegada que teníamos la temporada pasada. Todos los errores que durante largos meses se ocultaron por la pericia de Andone, Fidel o Xisco ahora son mucho más difíciles de corregir. Me dirán: “pero llevamos cinco goles en cuatro partidos” y yo les responderé que dos fueron de penalti y otro producto de la pura fe (lo que no es malo, pero no es un argumento futbolístico). Oltra recordó ayer la frase de Toshack de los cambios y los cabrones. Es muy probable que mueva el banquillo ante el líder Levante. El problema, el miedo, el acongoje, llega al pensar que la primera vez que tuvo que modificar su alineación esta temporada –por mucho que Donoso tenga poca culpa- llegó la primera pifia. Y menuda pifia.