La ciudad en la que no pueden circular vehículos eléctricos pero sí los de diésel: el motivo no es medioambiental
Desde hace años en esta localidad de 34.000 metros cuadrados los habitantes están acostumbrados sólo a los coches de diésel y aseguran que ya están adaptados
Un hombre conduce un coche diésel
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Mientras el mundo avanza hacia la electrificación del parque automovilístico, con ciudades como París, Madrid o Atenas comprometidas a eliminar los vehículos diésel para 2025, existe un lugar donde la norma es exactamente la contraria: aquí, solo los coches diésel tienen permiso para circular. Se trata de The Quiet Zone (La Zona Silenciosa), un área de 34.000 metros cuadrados que abarca partes de Virginia Occidental, Virginia y Maryland, en Estados Unidos, y donde desde 1958 está prohibido el uso de vehículos eléctricos o de gasolina.
La razón no es ambiental, sino técnica: proteger las investigaciones científicas y de defensa que se realizan en esta región, hogar del Observatorio Green Bank y la Sugar Grove Station, una instalación crítica de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA).
Un Oasis de Silencio Electromagnético
En el corazón de The Quiet Zone se encuentra el radiotelescopio direccional más grande del mundo, una herramienta esencial para la astronomía y las comunicaciones globales. Además, las antenas de la NSA en Sugar Grove interceptan y analizan señales internacionales, lo que convierte a esta zona en un punto estratégico para la seguridad nacional.
Telescopio ubicado en The Quiet Zone
Para garantizar que estas instalaciones operen sin interferencias, se han implementado restricciones extremas: no solo están vetados los coches eléctricos y de gasolina, sino también los teléfonos móviles, las redes WiFi y cualquier dispositivo que emita ondas electromagnéticas en un radio de 16 kilómetros.
"Los motores diésel no dependen de chispas ni sistemas electrónicos para funcionar, lo que minimiza las perturbaciones electromagnéticas", explica un informe técnico citado por las autoridades locales. Mientras que los vehículos de gasolina requieren bujías y los eléctricos dependen de complejos componentes electrónicos, los diésel se encienden por compresión, un proceso mecánico que no genera interferencias significativas. Esta peculiaridad los convierte en los únicos aptos para circular en una zona donde hasta el más mínimo ruido electromagnético podría alterar investigaciones científicas de alto nivel.
Vida en la Zona Silenciosa
Los residentes de localidades como Strauton y Harrisonburg llevan décadas adaptados a estas normas. Desde 1958, sus calles solo ven pasar vehículos diésel, y el uso de tecnología inalámbrica es prácticamente inexistente. "Aquí no hay smartphones, ni microondas, ni siquiera mandos a distancia para la televisión", comenta un habitante en declaraciones recogidas por medios locales. A cambio, disfrutan de un entorno único, donde el silencio tecnológico permite captar señales del espacio profundo con una claridad inigualable.
Esta situación contrasta radicalmente con las tendencias globales. Mientras en Europa ciudades como Berlín prohibían los diésel más contaminantes para reducir emisiones, The Quiet Zone se mantiene como una rareza donde la prioridad no es la huella ambiental, sino la pureza de las señales de radio. "Es irónico que, en plena era digital, exista un lugar donde la tecnología moderna sea el enemigo", reflexiona un ingeniero del Observatorio Green Bank.
¿Un Modelo a Seguir?
Más sobre motor
Aunque las restricciones de The Quiet Zone son excepcionales, plantean preguntas sobre el equilibrio entre progreso tecnológico y necesidades científicas. Mientras la industria automotriz avanza hacia la conectividad y la autonomía eléctrica, casos como este demuestran que aún hay espacios donde la simplicidad mecánica es insustituible. "No se trata de rechazar la innovación, sino de proteger instrumentos que nos permiten entender el universo", defiende un portavoz del observatorio.
En un mundo cada vez más interconectado, The Quiet Zone se erige como un recordatorio de que, en ocasiones, el silencio es más valioso que el avance. Y mientras otras ciudades debaten cómo reducir el tráfico o las emisiones, sus habitantes siguen circulando con sus diésel, en armonía con las estrellas.