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Una década del último latido de la Cataluña taurina

Este fin de semana se han cumplido diez años del cierre definitivo de la Monumental de Barcelona tras una decisión política del Parlamento de Cataluña.

Vista aérea de la Monumental de Barcelona tomada días antes de su cierre en 2011

Vista aérea de la Monumental de Barcelona tomada días antes de su cierre en 2011EFE

Agencia EFEJavier López

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 12:21

Cuando José Tomás, Juan Mora y Serafín Marín abandonaban a hombros la Monumental de Barcelona aquel 25 de septiembre de 2011 costaba asumir que esa iba a ser la última tarde de toros en la Ciudad Condal, el último latido de la Cataluña taurina, que, una década después, sigue sin palpitar.

Lejos queda aquel fervor, aquellas 20.000 almas totalmente descontroladas sacando en volandas a sus ídolos, disfrutando de un ambiente tan festivo como enrarecido, pues la felicidad se mezclaba con la tristeza y los gritos de "¡libertad, libertad!", como una última plegaria a lo que nadie ya podía cambiar.

Porque el Parlament catalán ya se había pronunciado y había decidido mediante una votación en julio de 2010 acabar con la tauromaquia en esa comunidad a partir del 1 de enero de 2012, y borrar así de un plumazo la memoria de lo que un día fue la ciudad más importante desde el punto de vista taurino a nivel mundial.

A principios del siglo XX Barcelona llegó a tener tres plazas de toros en activo: La Monumental, levantada en 1916 sobre el antiguo coso de El Sport, El Torín (o la Barceloneta), fundada en 1834 y Las Arenas, inaugurada en 1900 en la Gran Vía de les Cortes y cuya fachada permanece intacta, al igual que la Monumental, pero convertida en la actualidad en un gran centro comercial.

La Monumental, en cambio, se encuentra sin vida. Un gigantesco inmueble situado también en la Gran Vía barcelonesa (pero en la otra punta) que aguarda silenciosa, con su ruedo intacto, igual que sus tendidos para 19.500 personas, como si esperara un gesto valiente por parte de algún empresario decidido a volver a abrirla, aunque para eso habría que afrontar unas cuantas batallas que, a día de hoy, están perdidas de antemano.

Fundamentalmente por la falta de voluntad de la propiedad, la familia Balañá, sin ánimo alguno ni de reabrir la Monumental ni de emprender una lucha administrativa contra el Gobierno autonómico y regional, totalmente contrario a lo taurino, a pesar de que por lo legal sí podrían hacerlo después de que el Tribunal Constitucional revocara en 2016 la prohibición de las corridas en Cataluña.

Una familia que ha dado la espalda al mundo del toro y hasta a sus propias raíces, pues Pedro Balañá Mombrú es el último eslabón de una saga de famosos empresarios del cine iniciada por Pedro Balañá Espinós y seguida por Pedro Balañá Forts, los grandes baluartes del ocio, la cultura, el entretenimiento y el turismo de la Barcelona del siglo pasado.

También del esplendor taurino de una ciudad que vivió la rivalidad entre Gallito -artífice de la Monumental- y Belmonte, la que vio a Manolete más de 70 tardes, la que disfrutó de Domingo Ortega, Antonio Ordóñez, Luis Miguel Dominguín, los hermanos Girón, El Viti, Paco Camino o El Cordobés, la que vio nacer a Mario Cabré, Joaquín Bernadó y Serafín Marín, lloró a José Falcón, encumbró a Chamaco y vibró con José Tomás.

Precisamente, el torero de Galapagar (Madrid) ha sido uno de los más involucrados en los últimos años en tratar de hacer resurgir una afición que a finales de los 90 experimentó un bajón importante, igual que los carteles de una plaza de temporada -igual que Las Ventas- y a la que cada vez acudían menos toreros de la primera línea del escalafón.

Pero en 2007 José Tomás eligió Barcelona para reaparecer en los ruedos después de cinco años retirada, y en esa ciudad ha escrito varias de las páginas más importantes de la historia reciente del toreo como el histórico indulto de "Idílico", de Núñez del Cuvillo, en 2008; su triunfal encerrona con seis toros en 2009 y la tarde en la que se echó el cierre definitivo a la Monumental en 2011.

Un festejo que dio paso a la primera movilización taurina de verdad, la de la federación de aficionados catalanes que presidía el desaparecido Luis María Gibert.

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Un hombre que luchó hasta sus últimos días por volver a ver toros en su ciudad natal y, aunque no lo logró, sí consiguió, en cambio, reunir más de 600.000 firmas para dar respaldo a la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que llevó al Congreso de los Diputados para declarar la Tauromaquia Bien de Interés Cultural, lo que se consiguió en 2013 bajo el nombre de Patrimonio Cultural Inmaterial.

Ni ese supuesto blindaje por ley ni la revocación del Tribunal Constitucional a la prohibición votada en el Parlament ha hecho que los toros vuelvan a Cataluña, por lo que aquella tarde de afición desbordada y rabia contenida del 25 de septiembre de 2011 es, hasta la fecha, la del último latido del toreo en aquella región. Y ya van diez años.

Y como dijo el poeta Pere Gimferrer: "Prohibir los toros atenta contra la libertad y con ello se demuestra un desconocimiento profundo no sólo de la cultura Ibérica, española, portuguesa o la francesa, sino de la propia cultura catalana y de la historia de su sociedad".

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