3ª feria de san julián

Fernando Adrián indulta a 'Batidero' de Román Sorando, la apoteosis del toreo moderno

El madrileño, junto a Daniel Luque y Pablo Aguado, a hombros en una gran corrida de la ganadería jiennense.

Fernando Adrián, toreando de muleta a 'Batinero' de Román Sorando en Cuenca

Julio Palencia | Maxitoro

Fernando Adrián, toreando de muleta a 'Batidero' de Román Sorando en Cuenca

Redacción Toros

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Pablo Rivas

Venía la plaza de Cuenca en busca del arte de Morante de la Puebla y de la épica de Andrés Roca Rey. No encontraron ni lo uno ni lo otro, pero sí una extraordinaria corrida de Román Sorando con la que Pablo Aguado pudo dar muestra de su toreo y Fernando Adrián indultar a un toro de gran calidad y justa transmisión.

El primer animal de la tarde, aun siendo de digna presentación para la plaza, iba muy cuesta arriba y escurrido de los cuartos traseros. Se defendió de salida con las manos siempre por delante, acusando falta de fuerza. Tras salir del caballo, la invalidez fue mucho más acusada. Debió ser devuelto y así lo pidió el respetable, pero el presidente decidió mantenerlo sin criterio alguno. En la muleta, la materia prima era inservible. No había receta que lo mantuviera en pie. Pasó Daniel Luque totalmente inédito. Tras un pinchazo en vano, dejó una contundente estocada, igual de lúcida que la pitada que se llevó la presidencia. Nadie entendió su decisión.

Tampoco fue bonito en presentación el que completó el lote del de Gerena. Si cabe, más vasto que su anterior. En el caballo el castigo fue excesivo, pero no afectó a la calidad del animal, que fue excelsa. Luque se cansó de dar muletazos. Algunos más templados que otros, pero sin redondear una obra rotunda. Faena de entrega, de escasa transmisión, pero de gran duración en lo que al cronómetro se refiere. La gente solo entró en el trasteo tras las luquecinas y el desplante final tirando la muleta. Bajonazo efectivo que le valió cortar dos excesivas orejas. Regalo presidencial tras el error flagrante al no devolver su primero.

El segundo de la tarde le correspondía a Fernando Adrián. Mostró mucha movilidad y humillación en el capote. Tras un puyazo muy delantero, dio muestras de fijeza en las telas que le llevaban a los palos. Adrián realizó un inicio vibrante de rodillas, alternándolo con espaldinas. El toro quería siempre venirse de lejos con enorme prontitud. En las dos primeras series por la derecha mostró, además, gran ritmo. Por el izquierdo, algo más desentendido. Un toro para dejar un toreo de sello y de mucho poso. Adrián optó rápido por la cercanía y por el manierismo. El cierre fue, de nuevo, rodilla en tierra. La plaza ardía y no dudó en otorgarle las dos orejas cuando mató con una estocada algo caída.

El mayoral de Román Sorando, Fernando Adrián, Daniel Luque y Pablo Aguado, a hombros

Julio Palencia | Maxitoro

El mayoral de Román Sorando, Fernando Adrián, Daniel Luque y Pablo Aguado, a hombros

Precioso y ofensivo en presentación fue el quinto, de nombre Batidero. Puyazo muy medido para cuidar a un animal que mostró exclusivamente potencial para el último tercio. Efectivamente, el toro se comió la muleta desde que Adrián se la presentó. Iba sin que lo citaran, humillaba con muchísima clase y se salía de la franela para tomar el siguiente sin inmutarse. El carretón para bordar el toreo que hoy vemos, el de más cantidad que calidad. De "durse", que dirían los mismos taurinos que pidieron este indulto descafeinado. El presidente no dudó un instante y sacó el pañuelo naranja tras apreciar más la capacidad de Adrián que la transmisión del astado. El diestro estuvo muy agradecido con él, se lo dejó venir y lo lució con el llamado toreo moderno que carece de temple pero que está cargado de efectismos que llegan a un público que es feliz con lo que ve.

La muerte del animal debe ser el cimiento de este espectáculo que, a día de hoy, tiene más de rito que de arte. Si, como hemos visto, le echamos demasiada agua al vino, acabaremos bebiendo solo agua. Quien tenga oídos para oír, que oiga; y quien tenga pañuelos para mandar, que los guarde.

Al tercer toro lo paró Iván García con enorme oficio. El animal salió andarín, pero mostró calidad en las verónicas de Pablo Aguado. La naturalidad real, sin posturas ni "tweets" empalagosos. La "Aguadaneta" no existe porque lo clásico nunca es cursi ni impostado, es natural como la vida misma. La lidia desordenada hizo que el toro se desentendiera por completo y acusara siempre la querencia. En la muleta era para apostar. Encontró más suavidad que mando, que era lo que pedía. El animal se los acabó tragando por puro aburrimiento.

En el que cerró la tarde, Pablo Aguado firmó una de las mejores faenas de su temporada. Cimentada en su mano izquierda y en el temple, dejó momentos de absoluta lucidez. El toreo fundamental no pudo ser más rotundo, al igual que sus detalles. Una serie precedida del cartucho del pescao fue superlativa. Pena que la plaza no le diera la importancia que aquello tenía. No somos nadie para juzgar a quien paga su entrada, pero la educación taurina es una quimera. No podemos defender esta fiesta por su componente artístico cuando con lo que el público se emociona es con la lucha y con el efectismo. Tan solo reaccionaron tras la fulminante estocada que a Aguado le valió para cortar dos orejas.

Herrera en COPE

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