Los churros forman parte de la tradición culinaria española, de lo que dan muestra legendarias churrerías que se dibujan a lo largo y ancho del país, como la de Miguel, en el Mercado del Carmen de Huelva, que data de 1866.

De hecho, a los churros, como otras masas que se cuecen en aceite, se les denomina frutas de sartén o dulces de sartén, de lo que da muestrra el Diccionario de la lengua española. El concepto ya fue empleado en los tratados de repostería española de la Edad Media, como prueba el recetario de cocina medieval Llibre de Sent Soví del año 1324 , de autor anónimo y escrito en valenciano.

Este manjar que tanto sirve para un desayuno como para una merienda, acompañado de un buen chocolate a la taza, se prepara a base de harina de trigo, agua y sal. Tras mezclarlo todo se introduce la masa en un artefacto parecido a las mangas pasteleras que, mediante extrusión, la saca en forma de largas tiras cilíndricas de aproximadamente un dedo de grosor y con forma de estrella.

La razón por la que los churros tienen necesariamente una suerte de estrías a lo largo no es casual, pues si no fuera así la masa estallaría al entrar en contacto con el aceite hirviendo y no se lograría una cocción uniforme, tampoco una apariencia apetitosa. Y es que, la masa crece mucho con el calor y el aceite sella el exterior del churro.

En general, existen diferentes tipos de churros, como los de América Latina, que no suelen ser muy gruesos y mantienen el característico perfil estriado, normalmente manteniendo una longitud bastante larga.

En cualquier caso, no hay que confundir los churros con las porras, pues las masas son diferentes. La de las porras lleva una pequeña pizca de bicarbonato sódico y se deja reposar unos diez minutos. Además, la proporción de harina con respecto al agua es superior en el caso de las porras.