Se suceden desde hace unos días las protestas en Irán y ya se han producido al menos veinte muertos. Algunos han querido ver en estas manifestaciones un eco tardío de la primavera árabe. Irán no es un país árabe sino persa y los posibles paralelismos con lo sucedido hace siete años en Egipto o en Siria son escasos. Desde los lejanos años de la revolución islamista de 1979, siempre ha habido en el país una corriente que ha luchado por los derechos civiles y por la democracia. Hay una clase educada con alto nivel cultural que siempre ha reclamado libertades. Incluso en los oscuros años del presidente Ahmadineyad, entre 2005 y 2013, la corriente en favor de los derechos humanos y la participación democrática se mantuvo viva.

El islam chiita, mayoritario en Irán, está muy lejos de las fórmulas rígidas y necesariamente teocráticas del salafismo de corte sunní que se extiende desde Arabia Saudí. Dentro del chiismo iraní durante los últimos años se han producido interesantes aperturas hacia el concepto de ciudadanía tan necesario es este momento en los países de mayoría musulmana. No sabemos hasta dónde llegaran las protestas pero desde luego no son la expresión de una sensibilidad aislada.

El apoyo de los Estados Unidos a los movimientos de democratización es algo tradicional. Pero en este caso el presidente Trump parece hablar como protagonista del nuevo eje que forman su país, Arabia Saudí e Israel, para disputar el liderazgo regional a Irán. Pero Arabia Saudí no puede dar precisamente lecciones de democracia a nadie.