En el 40 aniversario del golpe de Estado del 23-F, el Rey Felipe VI ha subrayado el papel determinante de su padre, el rey emérito Juan Carlos I, para conseguir, con su firmeza y autoridad, que triunfara la democracia en aquel grave momento de nuestra historia. Cuarenta años más tarde, en una situación social y política especialmente delicada, en la que por primera vez hay quien desde dentro del Gobierno no ceja en el empeño de ensuciar la imagen de la democracia española, el Rey ha hecho en el Congreso de los Diputados todo un alegato de nuestra calidad democrática y ha ensalzado las renuncias y los esfuerzos que muchos hicieron en aras del bien común.

Como ha recordado Felipe VI, la conquista de las libertades es una tarea diaria. El Estado de Derecho tiene que cimentarse sobre unos fundamentos morales que lo pongan a salvo de veleidades ideológicas y que comprometan a todos, especialmente a quienes tienen responsabilidad en las instituciones, en una sólida defensa de la democracia.

Sabemos bien lo difícil que fue alcanzar la situación que, con todos sus límites, hemos disfrutado durante estas décadas, e intuimos también lo frágil que puede llegar a ser la concordia alcanzada. Hay riesgos evidentes que pueden ponerla en jaque. El terrorismo callejero, alentado irresponsablemente desde algunas formaciones políticas, es un buen ejemplo. Razón de más para proteger y preservar nuestra convivencia siguiendo la estela de los que nos han precedido con tanto sacrificio y responsabilidad.