Esta tarde el Papa ha rezado en Chipre junto a migrantes llegados a las puertas de Europa desde países tan diversos como Camerún, Irak, República Democrática del Congo y Sri Lanka. Gracias a su diálogo con Francisco conocemos algunos de sus nombres: Mariamie, Thamara, Maccolins y Rohz. Y gracias a su testimonio, ha dicho el Papa, hemos conocido sus sueños, y mucho más, hemos conocido la belleza de la verdad. Dios, ha subrayado el Papa, revela su Reino de amor, de justicia y de paz a todos, pero especialmente a los más pequeños. El Reino de Dios es una promesa de fraternidad en la que nadie es forastero, sino conciudadano.

La Iglesia asume, aún con todas sus limitaciones humanas, este sueño de Dios para todos y cada uno. Y al hacerlo se compromete en la promoción de la justicia y la paz. No son palabras vacías de significado o eslóganes publicitarios. Los propósitos humanos son frágiles pero la fuerza de la Fe es la que empuja al compromiso y al testimonio que en Chipre ha llegado de la mano de quienes, pese a lo sufrido, siguen creyendo en la fraternidad, en la amistad, siguen teniendo Fe y siguen soñando. La Iglesia católica quiere poner en el centro de la cuestión social de las migraciones la opción por la comunión y la reconciliación. Chipre, una isla pequeña y dividida es ya un «taller de fraternidad».