El esperado aval de las bases de Unidas Podemos a la estrategia de Pablo Iglesias de entrar a toda costa en un hipotético gobierno de coalición coloca la investidura de la próxima semana en un callejón sin salida. La posibilidad de unas nuevas elecciones generales cada vez está más cerca. Las negociaciones entre Sánchez e Iglesias no solo se han resuelto con un absoluto fracaso sino que han acabado en una guerra abierta de acusaciones y reproches. Pedro Sánchez no quiere al líder de Unidas Podemos en el gobierno, lo que supone una paradoja, dado que el partido de Iglesias ha sido su socio preferente desde la moción de censura contra Rajoy que le llevó a La Moncloa.

Pedro Sánchez sabe que gestionar la ambición política de Pablo Iglesias es complicado. Pero sabe, sobre todo, que tenerlo en su Ejecutivo sería una bomba de relojería ante la necesidad de acomodar la política económica a las exigencias de la Unión Europea, y ante un posible recrudecimiento del desafío secesionista en Cataluña.

Por otra parte Sánchez piensa que unas nuevas elecciones debilitarían aún más a Unidas Podemos, por lo que está alargando este período de interinidad hasta límites insospechados. Lo que debería haber puesto en claro Sánchez desde el principio es un programa de gobierno que hubiera despejado dudas respecto a populistas y secesionistas, y que hubiera podido concitar diversas formas de colaboración de otros grupos. Pero ya parece tarde para todo esto.