En una Europa conmocionada por la pandemia, en la que arraiga la tentación de dar prioridad a intereses particulares antes que al bien común, los presidentes de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea han enviado un mensaje de esperanza y de solidaridad a las instituciones y a los Estados miembros.

Los obispos auspician que el Plan de recuperación del COVID-19 que se acordó en la reunión del Consejo Europeo de julio y que ahora se negocia, refleje el espíritu de solidaridad que está en la base de este proyecto de vida común, porque el futuro de la Unión Europea no depende únicamente de la economía y las finanzas, sino “también del desarrollo de un espíritu común y una nueva mentalidad”. La solidaridad, más allá de la trasferencia de recursos a los países miembros, debe entenderse como “actuar juntos” y “estar abiertos para integrar a todos”, especialmente a los marginados y a los que buscan refugio. Piden también que la vacuna contra el COVID-19 sea accesible a todos, especialmente a los pobres.

No olvidan los pastores que junto con la solidaridad, la libertad es otra de las señas de identidad europea. El respeto de la libertad religiosa, en particular la libertad de los creyentes de reunirse para ejercer el culto, cumpliendo los requisitos sanitarios, debe ser un principio de actuación de los Estados. Los obispos recuerdan que las obras de caridad nacen y se arraigan en una fe vivida. Por eso reclaman que los Estados arbitren mecanismos para conciliar el respeto de las medidas sanitarias y la libertad de religión y de culto