El coronavirus ha dejado al descubierto las debilidades del estado autonómico. Lo constaba esta semana el secretario general de la CEE, poniendo voz a una percepción generalizada en España. Y argumentos no faltan. Con un matiz: más que la causa, la descentralización amplifica el verdadero problema: la polarización. El ejemplo alemán demuestra que la co-gobernanza puede ser muy eficaz cuando las distintas administraciones y partidos cooperan.

A las restricciones acordadas esta semana por el gobierno de Merkel y los Länder, en respuesta a una situación epidemiológica mucho menos grave que la española, siguió un debate de guante blanco en el Bundestag sobre aspectos como la deuda generada por la pandemia. Este es el clima en la Alemania que celebra los 30 años de su reunificación. Firme en su anclaje en Europa y Occidente, el país es un modelo de éxito al que muchos demandan mayor presencia internacional.

No todo es color de rosa. El sistema de partidos ofrece muestras de fatiga y está por ver cómo afecta eso a la estabilidad tras las elecciones de 2021. Pero el éxito germano no depende del virtuosismo de sus políticos; es más bien fruto de la apuesta decidida por la educación y la innovación durante décadas por gobiernos de distintos colores. Es la vía lenta pero segura para una sociedad más próspera y capacitada para resolver civilizadamente sus problemas.