La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador, celebradas el pasado domingo, ha concedido la Presidencia de la República a Guillermo Lasso. Lasso representa a la derecha conservadora que después de tres intentos ha logrado superar a la izquierda correísta de Andrés Arauz. Está claro que el rechazo a Correa ha llevado a Lasso a la Presidencia. El tercer candidato, Yaku Pérez, líder procedente de la Confederación de Asociaciones Indígenas de Ecuador, ha aportado interesantes reflexiones al respecto. Lasso ha atraído a los votantes que en la primera vuelta apostaron por el líder indígena.

Esto muestra el fracaso de la izquierda populista y camuflada que representa Rafael Correa, así como el hartazgo ciudadano. Siendo así, el desafío al que se enfrenta Lasso va mucho más allá de las alarmantes cifras de la deuda o el desempleo que acechan a los ecuatorianos. Basta mirar a países vecinos en los que la corrupción sistémica o la pobreza endémica conducen a la proliferación de partidos políticos sin arraigo y sostenidos por líderes carismáticos.

Lasso no solo recibe un país sin liquidez, con una deuda del 63% del PIB, sino un país polarizado que el correísmo quería para sí. Como otros tantos líderes políticos de América Latina, Lasso tiene la responsabilidad de fortalecer la democracia, incluir a los sectores sociales marginados y reducir los índices de pobreza. Las listas de vacunación VIP son solo un ejemplo de lo que debe ser desterrado de países como Ecuador, que siguen soportando una desigualdad que puede ser corregida sin socavar ni los principios de la democracia liberal, ni los de la economía de mercado.