Las protestas contra el gobierno y el presidente Xi Jinping, recorren de arriba a abajo China. El fracaso de tres años de draconianas políticas anticovid han puesto al régimen ante una difícil disyuntiva. Levantar sin más las restricciones causaría un número enorme de muertes, por la baja tasa de vacunación entre los mayores y la insuficiencia de camas en los hospitales. Reprimir sin más las protestas, sin embargo, podría agravar las causas subyacentes de este fracaso. Para los estamentos sociales más vulnerables, los confinamientos han puesto en evidencia las fuertes desigualdades. Y entre la población urbana, la imagen de los estadios de Qatar llenos de gente sin mascarilla ha dejado en ridículo la propaganda oficial sobre la superioridad de la estrategia china frente al Covid.

Aún más, se ha erosionado esa transacción implícita, en la base del contrato social, entre autoritarismo y desarrollo económico. No es solo que las democracias occidentales resulten a la larga más eficaces, al generar el contexto de innovación que posibilita el desarrollo de vacunas y permite el debate sin censuras entre políticas públicas alternativas. Otras recientes medidas de Xi, que nada tienen que ver con el Covid, como las adoptadas contra las tecnológicas chinas, han mostrado que antepone el control férreo del poder al desarrollo económico. A Xi las protestas no van a derribarle ahora, pero tal vez le fuercen a cambiar el rumbo.