Miles de jóvenes han festejado irresponsablemente este fin de semana en las calles de España el final del Estado de Alarma. Las imágenes de numerosas plazas y calles repletas de jóvenes sin distancia social, y en muchos casos sin mascarilla, producen sonrojo y vergüenza ajena.

Resulta sencillo entender que el fin del Estado de Alarma no significa, en ningún caso, el fin de la pandemia, que los indicadores en muchos países del mundo siguen siendo alarmantes y puesto que se trata de una pandemia global, es una falsa ilusión la de que ya estemos a salvo, o la de que no vaya con nosotros las situaciones que se están viviendo en otros lugares.

Afortunadamente, hay que romper también una lanza en favor de la mayoría silenciosa. Los que se han comportado así, ni son la mayoría ni representan a los jóvenes españoles. Ojalá que la pandemia suponga una mayor concienciación general y fuéramos capaces de aprovechar el sentido que el sufrimiento puede tener en la forja de una vida plena. Como, por desgracia, comprobamos que no para todos será así, hay que denunciar con firmeza las conductas irresponsables y hacer ver el acto egoísta e incívico que suponen.

Y hay que seguir, al mismo tiempo, reconociendo a los que entienden que libertad no significa hacer lo que nos venga en gana y que es más alto, más noble y más fecundo para nuestro futuro inmediato actuar pensando desde la cabeza y el corazón, en aras del bien común, en lugar de hacerlo desde el ombligo, pensando solo en el placer inmediato y en el propio beneficio.