Desde el inicio de su trayectoria como presidente del Gobierno, Pedro Sánchez nos ha acostumbrado a su capacidad para retorcer la realidad para alcanzar sus objetivos políticos. De hecho, fue la manipulación de una sentencia que exculpaba al Partido Popular le sirvió de coartada para sacar adelante su moción de censura contra Mariano Rajoy.

Ahora vuelve a las andadas cuando acusa a la presidenta de la Comunidad de Madrid de mentir sobre los datos de la pandemia y cuando dibuja un escenario inquietante sobre la vacunación que desmienten los propios testimonios de muchos madrileños. No importa que después se vea forzado a rectificar con la boca pequeña, una vez sembrada la sombra de la sospecha, como estrategia en unas elecciones en las que las expectativas de voto de su partido apenas superan la mitad que las del PP.

Conviene recordar, a propósito de la gestión de la pandemia, que Sánchez viene ocultando desde primer momento el número real de victimas de la enfermedad, así como las erráticas decisiones de su Ejecutivo. La ocultación de la verdad, e incluso la difamación, pueden tener su rédito electoral, pero en esta ocasión no parece que los madrileños estén por la labor de dar crédito a esta reacción un tanto desesperada. Lo que sí puede conseguir esta estrategia es aumentar la desconfianza social en la política y en las instituciones.